Necesitamos que venga. El Espíritu puede ser el gran ausente de nuestras vidas personales y comunitarias si no le dejamos la libertad que necesita. Acostumbrados a planear, a diseñar, a prever acabamos por echar fuera de nuestras vidas al Dador de todos los bienes.
El Espíritu viene y va, traza caminos nuevos, dibuja nuevas relaciones, teje el amor que siempre es nuevo. No hay que hacer nada con Él, simplemente hay que dejarse hacer por y en Él.
La libertad, que es su don mayor, tiene mucho que ver con el Reino y pocas veces con lo institucional anquilosado. Es riesgo, desayuno con el Resucitado al borde del lago, puertas abiertas a pesar del miedo, «todos» en lugar del elitista «muchos» (que no es lo mismo por mucho que se empeñen). Es más poesía que análisis pesimista de la realidad.
Pero la libertad que ofrece también tiene un precio muy alto que cuesta pagar: te complica, te expone, te vuelve del revés, te hacer perder para ganar lo que no tiene valor de compra-venta, te hace frágil y a veces astillado… pero vale la pena porque es el Único que te ofrece la posibilidad de rozar y gustar, aunque sea fugazmente, el Evangelio. VEN