VACAR

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(Dolores Aleixandre RSCJ). El contexto preferido para este verbo, hoy obsoleto, solía ser el de “vacar a la oración”, según el sentido que le da el diccionario de “dedicarse enteramente a un ejercicio determinado”. En cambio, la palabra vacaciones, a pesar de derivar del mismo verbo, no pertenecía al vocabulario de la época preconciliar, porque vacar, lo que se dice vacar, vacábamos poquísimo en lo que a descansar se refiere. Como máxima concesión veraniega, nos levantábamos a las 6,30 en vez de a las 6 y por la noche salíamos al jardín para el recreo, con el engorro añadido de que a las jóvenes nos tocaba acarrear la tarima para que se sentara la superiora, los reclinatorios para que las madres consejeras hincaran la rodilla al decir “Ave maris Stella” en el Oficio Parvo y unos armatostes con bombillas para que no faltara la luz y poder seguir cosiendo mientras tanto.

Llegó el Concilio y las referencias al descanso y al ocio en sus documentos son escasas (ni una en el Perfectae Caritiatis): “Empléense los descansos oportunamente para distracción del ánimo y para consolidar la salud del espíritu y del cuerpo” , se decía en  Gaudium et Spes 61).

Resumiendo: que hemos tenido pocas exhortaciones al descanso y muchas a la diligencia, la actividad, la laboriosidad y el esfuerzo y nos hemos ido configurando según esta imagen de Dulce María Loynaz:  “Perdónenme el sol y la tierra y los pájaros del aire y todas las criaturas simples y libres y luminosas. No fue el mío el pecado primaveral de la cigarra, aquel que se comprende y hasta se ama. Fue el pecado oscuro, silencioso, de la hormiga, fue el pecado de la provisión y de la cueva y del miedo a la embriaguez y a la luz. Fue olvidar que los lirios que no tejen tienen el más hermoso de los trajes y tejer ciegamente, sordamente, todo el tiempo que era para cantar y perfumar».

No era así como Jesús vivía: el Evangelio nos lo presenta poniendo en práctica en su vida cotidiana un ritmo discontinuo y una constante alternancia: se mezcla con la gente, pero se retira a lugares de soledad; habla, pero busca también el silencio; camina rodeado de discípulos, pero se escapa al desierto, duerme en la barca, mientras los discípulos reman agitados en medio de la tempestad.

Es verdad lo del salmo de que “no duerme ni reposa el guardián de Israel” pero es para que nos quede claro que lo propio del Señor es la permanencia, la constancia, la perpetuidad y la durabilidad, mientras que nuestra condición humana está marcada por la intermitencia, la discontinuidad y la necesidad de tregua y de descanso. Son consecuencias de nuestra fragilidad y limitación y Jesús, al asumirlas, incorpora a su ritmo vital pausas, paréntesis, intervalos y tiempos de respiro.

No le seguimos únicamente para gastar todas nuestras energías en quehaceres, desvelos, tareas y madrugones. ¿Para cuándo acompañarle (vacar con él) a lugares tranquilos y al descampado, estar con él en sus pausas de soledad, aprender de sus largas sobremesas cuando comía con sus amigos?

Hermanas y hermanos: vamos a vac(acion)ar un poco más…