Imagino que los de este último grupo no son muchos, pero han acertado con lo que quiero contar hoy. He pasado unos días en Roma acompañando un retiro del grupo internacional de hermanas jóvenes que se preparaban a la profesión perpetua y, como me sobraba tiempo, estuve visitando casas que eran antes de mi congregación y que han pasado ya a otras manos. Fui a la antigua casa madre, un caserón rodeado de un inmenso parque en una zona señorial: ahora pertenece a la universidad. Luego fui a la Trinidad del Monte, con sus torres majestuosas dominando las escalinatas que arrancan de la Plaza de España: es una propiedad del gobierno francés que habitamos nosotras durante un siglo pero que, al no poder ya hacernos cargo de ella, ha pasado a la comunidad del Emmanuel. Por el camino me comí un trozo de pizza en un puesto de la calle y acabé mi periplo en nuestra vieja casa del Trastévere que es ya la única que tenemos en Roma, bastante desportillada y necesitada de arreglos.
Y al llegar allí, tuve visitas: llegó Madame Grandeur reconociendo que su tiempo había pasado y comunicándome que se retiraba a un balneario; llegaron también Mademoiselle Petitesse, acompañada de su prima hermana, la Srta. Disminución: traían maletas porque al parecer su visita es de larga duración. Como era de esperar, también asomaron las narices otras visitas indeseables: Mariquepena y Mariquelástima, agarradas a los brazos de Don Hilarión el Nostálgico, como en la verbena de la Paloma. Intentaron liarme con sus lamentos pero, en vista de que no hacía caso, se retiraron por el foro.
Llegó también la pareja protagonista de la película, trayéndome de regalo un soplo de frescura y de libertad y por la tarde, al encontrarme en la oración con el pequeño grupo de hermanas (9 ahora, 60 en mi tiempo…), agradecí en secreto y en su nombre la posibilidad que tienen de vivir ligeras de equipaje Después de decisiones costosas, discutidas y discutibles, y de aceptar otros cambios de los que la vida se va encargando ella sola, el deseo es dejarles como herencia lo más vivo del carisma, sin obligarlas a vivir mirando atrás, cono el agobio de tener que sostener unos edificios y unas obras que sirvieron en otra época, pero que hoy son inviables.
Ellas no lo sabían, pero yo las estaba viendo transitar ágiles y libres por la vida. Como si fueran en Vespa.