Recuerdo que en una ocasión me comentó una religiosa acerca de una hermana de su comunidad: “ella me quería ayudar pero su manera no me ayudaba”. Me hizo pensar que, en muchas ocasiones, la respuesta de los otros, sus modos de actuar, no se dan en los registros en los que esperaríamos. Es un síntoma de salud reconocer los diferentes registros que compartimos en comunidad, desde la comida, hasta el modo de descansar y la manera de reaccionar. Nos encontramos con frecuencia en vibraciones distintas y nos hace bien reconocerlo y aprender a ir asumiendo esta diversidad. Me abrió los ojos una anécdota que me contó una hermana argentina, ya mayor, que llevaba toda su vida trabajando con niños con diversas capacidades. Me relató que había hecho entre ellos un aprendizaje esencial, que el que más te puede ayudar es el más diferente a ti: dos niños en silla de ruedas no pueden empujarse el uno al otro. Para estos niños ser diferentes no supone amenaza, al contrario, lo diverso del otro se convierte en posibilidad cuando hay encuentro. Tan evidente es esto en la dimensión corporal y cuánto nos cuesta aceptarlo interiormente.
Cuando a las madres del desierto les preguntaban cómo saber si la discípula iba siendo tomada por el Espíritu, ellas venían a decir algo así: “si cubre con misericordia la fragilidad de su hermana”. Enseñaban que el autoconocimiento es imprescindible para una vida en común pues la conciencia de las propias debilidades es la oportunidad para profundizar nuestra compasión con las debilidades de los otros. Las ammas tenían una aguda comprensión de las batallas internas de cada cual, por eso rechazaban cualquier actitud crítica y censuradora, y cultivaban un corazón tierno y expansivo. Uno de los aprendizajes más importantes era para ellas el de ayudarnos a aligerar las cargas.
Agradezco el correo de una compañera en el que me envía una entrevista a Alain Vigneau, actor, clown y pedagogo, que tras una dura historia personal ha sido capaz de transformar su dolor en arte. Él señala la necesidad que todos tenemos de pertenecer y la constatación de que sacrificamos mucha espontaneidad y dulzura: “somos más amorosos de los que nos mostramos”. Me quedo adentro con esta invitación: “Urge sanarnos cada uno de nosotros, no queda otra para tener una buena sociedad. Dios no nos quiere por cómo somos, sino por cómo es Él”.