En los últimos veinte años, es decir, desde 1989 hasta hoy, nuestras sociedades se han visto sorprendidas por innovaciones es-pectaculares en el ámbito de la información, del conocimiento y de la comunicación. Nuestro planeta está dotado actualmente de una textura de comunicaciones (aviones, teléfono, fax, in-ternet) como no la hubo nunca. Estamos ya en el mundo de las tres pantallas: televisión, orde-nador y teléfono móvil. Existe entre ellas una creciente interconexión; tienden a imbricarse de manera que no muy tarde podremos conec-tar con la información y con otras personas de manera instantánea y transparente a través de cualquiera de las tres pantallas disponibles. Y se llegará a la convergencia de las tres pantallas en una sola, tal como lo anunció Steve Ballmer, presidente de Microsoft Corporation.
Las tres pantallas forman ya parte del panorama que ofrece hoy la vida religiosa en los cinco continentes.
Un religioso español medio puede estar siempre conectado e interactuar en todos los ni-veles. Con un solo dispositivo, fijo o móvil, puede hablar, enviar y recibir fotos, música, vi-deos y cualquier tipo de archivo. Con el boom de las redes sociales puede hacerlo además con el grupo que elija en cada momento.
LA TELEVISIÓN
Poco podemos decir de la TV que no sepa-mos. Tras las reticencias iniciales, nuestras co-munidades la han aceptado como parte del mobiliario y de nuestra vida. Hemos asistido del paso de la TV en blanco y negro a la TV en color; estamos asistiendo al paso de la TV analógica a la digital.
Incluso vemos cómo nuestros ordenadores puede recoger la señal de TV o conectar con los
más diversos canales a través de internet. Hemos asistido al paso de la programación controlada por el estado, a la multiplicación de cadenas mucho más liberales. Nada extraño que tales cambios hayan seducido no pocas veces nuestra curiosidad y hayan hecho de la TV uno de los objetos influyentes en nuestras vidas. Obviamente no sólo la TV, también la radio, también la prensa.
El acercamiento a la realidad múltiple de nuestras sociedades, que la televisión y la prensa ofrecen, no nos deja indiferentes. En cierta medida reformatean nuestro cerebro, debido a su neuroplasticidad. La realidad a la que asistimos como testigos nos vuelve más globales, nos conecta con otros mundos, ensancha nuestra percepción, nuestra cordialidad, o también nuestras pasiones. Y, al mismo tiempo, hace muy frágiles los muros de las clausuras, los lí-mites de la casa religiosa, el alejamiento del mundo que nuestra ascética favorecía.
EL ORDENADOR E INTERNET
La segunda pantalla que ha entrado en nuestras comunidades y habitaciones y obviamente también en nuestras instituciones, es el ordena-dor e internet. Formamos parte de esos mil mi-llones de personas que utilizan un PC o un ordenador portátil. Pero si la generación adulta ha sido entre nosotros la generación del televisor, las jóvenes generaciones de religiosos y re-ligiosas son, más bien, la generación del ordenador e internet.
La pantalla del ordenador ha cobrado vida a través de la digitalización del audio y del vi-deo y a través de la conexión a internet. El ordenador no es ya sólo una máquina de escribir, una biblioteca de datos y textos, es también pantalla de cine, espacio para el juego y la com-petición, oferta de miles de canales radiofónicos y televisivos…
El ordenador, personal o comunitario, ha desbloqueado barreras que hasta no hace muchos años parecían insuperables. El gran invento de estos últimos veinte años ha sido “internet”, esa red de redes de ordenadores ca-paces de comunicarse entre ellos. En este momento los usuarios de internet exceden los 1000 millones a lo largo del planeta. Aunque son muchos, pero no es suficiente para cubrir la brecha digital entre quienes tienen y no tienen acceso a internet. Éstos son cada vez más frágiles en el mercado de trabajo. Los territorios no conecta-dos a internet pierden competitividad econó-mica internacional. En la red se acumula y transmite mucha información .
Internet es un medio también de interacción y de organización social. Internet no nació de proyectos empresariales o políticos, sino de una ad-mirable y desinteresada cooperación entre científicos, técnicos y usuarios. Internet no per-tenece sólo a las élites. La generación digital es la que entra enseguida y fácilmente en la socie-dad de la información. Los jóvenes se comunican a través de programas como el Messenger o redes como Facebook,Myspace o Mystrands y suelen descargar software de la red.
Para los adultos el uso de internet va más en la línea de la lectura, la información sobre viajes o relación electrónica con las administraciones. Internet ofrece actualmente mucho de lo que el usuario puede necesitar: información general, especializada, deportes, salud, historia, literatura, arte, coches… y todo al alcance de un click. El correo electrónico encabeza la lista de las prestaciones de la red.
Se ha facilitado mucho el comercio electrónico que responde a una nueva concepción de la economía mundial y a nuevos modelos de empresas: el centro de la economía global son hoy los mercados financieros globalizados que funcionan mediante conexiones entre ordena-dores. Ante internet hay posturas encontradas, también en la vida religiosa: hay quienes pien-san que internet aísla, aliena y lleva a la depre-sión, a la excesiva dependencia; hay quienes ven en internet un mundo extraordinario, de li-
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bertad, de desarrollo, en el que todo el mundo se quiere, en el que todo el mundo vive en comunidad. Pero la verdad es que internet no es el que cambia el comportamiento, sino el comportamiento el que cambia a internet.
La vida religiosa tiene aquí un papel funda-mental para expresarse y potenciarse a través de internet. No se puede negar que internet genera sociabilidad, relaciones y redes de relaciones humanas; pero también es evidente que son diferentes de las comunidades físicas. Se está dando una privatización de la sociabilidad, que es la sociabilidad entre personas que construyen lazos electivos, que no son los que trabajan o viven en un mismo lugar, que coinciden físicamente, sino personas que se buscan. Internet nos ayuda a los religiosos a encontrarnos con personas inquietas en movimientos socia-les (medio ambiente, ecologismo, mujeres, derechos humanos) y a poder influir en lo global desde lo local. Internet no debe ser para nosotros sólo un tablón de anuncios o un archivador, sino un espacio para la interactividad, para el diálogo y el debate. Sus posibilidades son todavía imprevisibles. Aunque tiene un gran hándicap, hasta ahora: es el riesgo de perder la privacidad; pero también otros riesgos, como la adicción, la posibilidad de establecer contactos que desidentifican, que hacen pertenecer a otras comunidades imaginadas… Internet se está convirtiendo en el tejido de nuestras vidas en este momento. No es futuro. Es presente.
Toda la gente sabe lo que es internet. No ha-ce falta explicarlo. Hoy no se entiende una empresa, una institución sin internet. Internet es el medio de comunicación y de relación esencial sobre el que se basa una nueva forma de sociedad que es la sociedad-red. El crecimiento del uso de internet es sorprendente. La marcha continúa y parece imparable. Es ahora cuando debemos decir que no es la tecnología la que produce cambios importantes en la vida religiosa, sino qué es lo que hacemos con ella y cómo la aplicamos. Para ello se hace necesaria una seria formación antropotecnológica.
EL TELÉFONO MÓVIL
Otra pantalla que nos cautiva es aquella del teléfono móvil. Es otro de los grandes inventos, que nos permite hablar con otras personas sin tener que estar atados a un lugar. Es el aparato electrónico más ubicuo del planeta, con más de
4.000 millones de usuarios. Dos tercios de los actuales clientes viven en países emergentes.
El móvil, que nació para ricos y poderosos, se ha convertido en el teléfono de los pobres y en una de sus herramientas fundamentales de progreso. Y también en el teléfono de los religiosos, comenzando por los más jóvenes y acabando por algunos de los más viejos. Habrá un momento en que el móvil sea obligatorio para todos, como el carnet de identidad . El móvil está cambiando nuestra forma de relacionarnos, de trabajar y hasta de concebir el mundo, el tiempo, el espacio .
Si ya Marshall McLuhan habló en el año 1964 sobre los medios de comunicación como extensiones del ser humano, ahora el filósofo italiano Maurizio Ferraris se ha atrevido a pro-ponernos una “ontología del móvil”. De una forma ingeniosa ha querido retraducir la famosa obra de Martin Heidegger “Ser y tiempo” con el título “Ser y cobertura”, yo diría “ser y espacio de conexión”. De hecho, cuando hablamos por el móvil no preguntamos ¿cuándo estás?, si-no ¿dónde estás? El móvil sería una excelente parábola de lo que Heidegger llama el “Dasein”, el “ser-ahí”. Sin el móvil el mundo se retira de nosotros. Cuando nos acompaña en todos nuestros caminos podríamos decir: “¡de camino al habla!”. ¡Ese es precisamente uno de los títulos de la obra de Heidegger (1985)! El móvil es ordinariamente “personal”, es “mi móvil”; lo cual lo diferencia del teléfono comunitario o público. El móvil tiene también “tonalidades emotivas” e íntimas, como el mismo Dasein. El mó-vil ha de estar siempre al alcanza de la mano: es uno de esos “útiles intramundanos” imprescindibles. Se está convirtiendo en el útil de los útiles. En el móvil manifestamos que nuestra presencia está dispuesta para el encuentro; cosa que en el papel, en la cinta magnética, en el sms, en el email no ocurre: allí se trata de una presencia está diferida. En ella la recepción no coincide con la transmisión. Con el móvil parece que estamos –como diría Paul Valéry refiriéndose a la reproducción y transmisión musical– a la “conquista de la ubiquidad”.
Dado que el móvil tiene la posibilidad de estar cargado de textos, imágenes, videos, soni-dos, por eso, se convierte en “constructor de la realidad social”. A pesar de las apariencias el móvil es una máquina de escribir. No se trata de una construcción de la realidad social a partir de la “asociación” (Simmel), ni de la conversación. de la realidad social de cada día, doméstica.
El móvil se utiliza ya como mediación religiosa en el judaísmo, en el islam, en el catolicismo. En conclusión, las nuevas tecnologías se extienden por todo el mundo, pero con diferente incidencia. En Europa el crecimiento es imparable. En África el proceso es muy lento, aunque se advierte la mayor tasa de crecimiento en telefonía móvil: 340,8 millones de usuarios. La telefonía ha sido definida en el hemisferio sur como “salvavidas en su travesía hacia un planeta globalizado por internet”. Norteamerica es el líder mundial de los nuevos sis-temas de comunicación. Asia es la fábrica planetaria de los dispositivos electrónicos. El hemisferio sur es el gran olvidado. A ojos de la población mundial, regiones como América Latina y África no son pasajeros del tren de las nuevas tecnologías; sin embargo, su lazo de unión con el Norte va de la mano de los teléfonos móviles.