Una vida entregada

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Hoy muchos hablan de la época post covid; quizás es más el deseo y la esperanza de que llegue ya el tiempo en que no nos sintamos amenazados por este virus o, es posible, que realmente estemos viviendo en el tiempo inmediatamente posterior a haber padecido el covid 19. Precisamente, ahí es donde me voy a situar. La perspectiva es distinta desde el otro lado, el lado de los contagiados, enfermos y aislados; pero de entre estos también los hay privilegiados, los que la padecen sin grandes consecuencias en un país como Indonesia, en una isla pequeña, y sin grandes recursos.

Como en tantas comunidades religiosas, el virus del covid 19 se extendió rápidamente entre los miembros de la comunidad. De la noche a la mañana, ante la presencia de síntomas sospechosos, las pruebas diagnosticaron positivo. La comunidad de formación de Ende entraba en cuarentena; se nos imponía un confinamiento estricto, así como medidas muy severas de aislamiento.

¿Qué había cambiado? La mirada y la experiencia en primera persona; formabas parte de esos números que cada día alcanzan cifras más elevadas, y que los medios de comunicación titulan como un nuevo récord, como si informarán de los Juegos Olímpicos.

Indonesia es ahora el foco de la pandemia, ya no es Brasil o la India; estamos situadas allí, ¿qué hacer? El Señor nos ha guardado y protegido a todas. ¿Cómo agradecer tanto bien recibido? La vida es don, es el ser y estar en camino, no es una posesión que podamos controlar o dominar. En el camino, Dios proveerá.

En los planes de los poderosos de este mundo sigue desplegándose la progresiva globalización de la economía, del poder, del conocimiento… una pandemia podía ser temida, pronosticada por sabios e, incluso, presentada en la gran pantalla; sin duda, nadie había desarrollado protocolos demasiado precisos para actuar en caso de una pandemia global; pero la naturaleza sigue su curso y muestra la debilidad del mundo antes las fuerzas del mal.

La pandemia ha sido global; pero sabemos que los más pobres, los más vulnerables, esos han sido y son los que más sufren, los que se llevan la peor parte. Siempre hay imprudentes, o negacionistas, personas que se exponen al contagio, pero muchos se contagian –nos contagiamos– y ya está: no se puede evitar cuando las condiciones de vida están muy lejos del bienestar de las sociedades más prósperas. El covid afecta a todos, pero hay muchos que no pueden hacer frente, ni protegerse ni cuidarse.

Más allá de nuestras paredes están nuestros vecinos, los niños del colegio y sus familias… Surgen muchas preguntas, las personas tienen nombre y rostro: ¿Cómo van a mantener las medidas higiénicas y las distancias mínimas que los gobiernos exigen? Parece una broma de mal gusto cuando en la ciudad no existe sistema de alcantarillado, agua corriente, limpieza de las calles y recogida de basuras…, cuando tantas personas viven en espacios muy reducidos, sin ventilación o no pueden mantener una alimentación adecuada o acceder a la sanidad y tratamiento necesaria, o sencillamente no pueden seguir la escolarización (desde el 20 de marzo de 2020 los niños de infantil y primaria no asisten a la escuela) porque no tienen los medios tecnológicos requeridos. ¡Cuánta pobreza!

La pandemia ha traído también mucha soledad, mucho sufrimiento en solitario, mucho dolor sin compartir. En nuestro siglo XXI tan hiperconectado e informado, muchos viven una soledad dañina. Gracias por el don de la comunidad, de la familia religiosa, de la Congregación, de la oración de comunión con todas las hermanas que se preocupan y ocupan de ti sin escatimar ni recursos económicos ni humanos, ni mucho menos espirituales. En medio de tanta vulnerabilidad, nos has regalado la vida, vida abundante, vida plena destinada a dar vida en nuestro entorno y entre nuestra gente. Una vida entregada, que ya no nos pertenece, que acoge la cruz del camino y el gozo de la Resurrección.

El tema de las vacunas. Sí, pero no para todos, o no a todos con la misma rapidez, como si hubiera ciudadanos de primera o de segunda… Su distribución desigual en el mundo pone en evidencia el egoísmo de los países con más recursos, pero la persistencia y constante mutación de este virus también nos recuerda que a un problema global corresponde una solución global. A ello, hay que añadir la superstición, las costumbres y tradiciones ancestrales de muchos que recelan de la ciencia, tienen miedo. La formación de la población es imprescindible: la vacuna es parte de la solución.

En Indonesia, hay mucha resignación, mucha aceptación pasiva y callada de las circunstancias, sin capacidad de respuesta, de búsqueda de soluciones y de mejoras. Nuestra misión es educar a los niños a los jóvenes: fomentar el espíritu de superación personal y formularse metas, trabajar duro, esforzarse y arriesgarse para alcanzar los sueños de transformación del mundo, de su pueblo y de su tierra.

En Ende, no hay prisa para nada: si no es hoy, será mañana. Aquí tienen, como se diría: todo el tiempo del mundo. Se goza del encuentro con el otro, de su compañía, de su conversación y de sus silencios. Pero es que en Ende se vive en la calle, con la comunidad de vecinos, con la amplia familia, ¿Cómo evitar el contagio?

Algunos dicen que el virus del covid 19 ya forma parte de nuestro mundo, como el de otras enfermedades. Pero no debemos acostumbrarnos a la injusticia y a la desigualdad. La transformación del mundo depende de nuestras actitudes cotidianas, de nuestras opciones personales y comunitarias, del testimonio personal y comunitario en nuestra misión y en nuestras relaciones empáticas y humildes. Crear una ciudadanía universal que se siente responsable del otro y que, curiosamente, nos enseñan las sociedades más humildes que comparten lo que tienen, lo que saben y acogen a sus hermanos y hermanas.

En tiempo post covid, corremos el riego de sentir una contradicción: El deber de protegerse cada uno mismo y/o el deber de ayudar al otro. ¿Arriesgar la propia vida? Ya no poseemos la vida, en la profesión religiosa pronunciamos: “me entrego de todo corazón” para hacer tu voluntad, Señor. Porque estoy segura, como dice el apóstol san Pablo en la carta a los Filipense 1,6, de “que Dios, que ha comenzado en vosotros una labor tan excelente, la llevará a feliz término en espera del día de Cristo Jesús”.

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Misionera hija de la Sagrada Familia de Nazaret. Nacida en Barcelona, licenciada en filología catalana y en filología hispánica por la UAB, y doctora en Teología de la Vida Religiosa por el Claretianum de Roma. Apasionada por la educación y el aprendizaje, por las humanidades y por las ciencias, por el entorno natural y la mirada fotográfica. Fiel admiradora de la belleza, la sabiduría y bondad de mi entorno familiar, comunitario y natural, e incansable buscadora de la Palabra de Dios en el mundo.