UNA SEMANA SANTA DISTINTA

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1978

(Jesús Garmilla). A las puertas de la Semana Santa, los cristianos nos aprestamos a vivir y celebrar los más importantes misterios de nuestra fe: pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Por segundo año consecutivo, en la mayor parte del mundo, la Semana Santa va a ser “distinta”. Distinta, y por supuesto, la misma de siempre, la “de toda la vida”. Pero también este año, como el pasado 2020, vamos a celebrar el triduo sacro como “pasión, muerte y resurrección de toda la Humanidad”. Nunca la “pasión de Cristo, con su muerte y su pascua”, fue tan “pasión de la Humanidad, con su muerte y su resurrección”. Nunca el “simbolismo” de celebrar los grandes misterios de la vida de Cristo se ha vivido como “menos simbólico y más real, más cercano, más nuestro”. Nunca Cristo y la Humanidad se han vivido y celebrado tan ensamblados, tan incorporados el uno al otro, como estos dos últimos años.

La pasión que leemos el domingo de Ramos como pórtico de dolor presentido en medio de la algarabía de la fiesta de los ramos con la chiquillería gritando “hossana”, y que volveremos a proclamar con toda solemnidad -aunque tal vez con más sencillez- el viernes santo, en la redacción de otro evangelista, había sido tan nuestra, la habíamos vivido con tanta “actualidad”. ¿Podríamos decir que la lectura de la pasión, de Juan o de Marcos, se puede convertir en “mediática”? Seguramente que no, por toda la carga densa y compleja que lleva consigo “lo mediático”. Pero esta Semana Santa es más “secular”, menos “religiosa” que las de otros años. Al menos para los creyentes cristianos, que vamos a vivirla mucho más encarnadamente de lo habitual. Incluso, salvando las distancias, “más mediática”…

Sabemos que la liturgia no puede andar despistada de lo que ocurre en la realidad. Y ahora menos. Y en la Semana Mayor, menos. Aunque no haya procesiones, los ritos sean más breves, se supriman por motivos sanitarios algunos elementos secundarios de las celebraciones, o incluso, allí donde ni siquiera pueda haber celebraciones públicas con un aforo excesivamente reducido.

Podemos vivirla así: como una Semana Santa viva, encarnada, con nombres y apellidos de la pasión y muerte de amigos o familiares, o de todos los millones de anónimos que han padecido y fallecido en esta pandemia interminable. “Pasión” y “padecimiento” son conceptos similares, cercanos. Vivimos tiempos de padecimiento, de pasión universal, desde hace más tiempo del que quisiéramos.

¿Cómo comentar este año la Pasión según San Juan o según San Marcos? Yo me siento incapaz. Tal vez lo más respetuoso -y fecundo- sea guardar un hondo y desgarrador silencio interior ante los textos sublimes de la muerte de Jesús. Porque si siempre su muerte fue nuestra muerte y su pasión nuestra pasión, en estos años de desgarramiento interior, cobran un sentido único y especial. La pasión, muerte y resurrección de Jesús siempre ha sido y será emblemática, un paradigma inigualable de la vida de los seres humanos. Un paradigma que concentra en tres días la historia de la vida, sufrimiento y drama de muchas vidas humanas. Pero también, “al final”, cuando las esperanzas de vida parecían aniquiladas, surge la Pascua, el domingo de Salvación, el domingo que “da sentido” a todo lo anterior. Que la Pascua conserve nuestra esperanza, nos dé una alegría contenida y una paz que sólo Dios puede otorgarnos. Semana Santa en tiempos de pandemia… ¡de padecimiento!