UNA PROFESIÓN DE FE EN LA VIDA

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(José Tolentino de Mendonça). Puede parecer que la vida tiene una evidencia tal que dispensa la necesidad de hacer una profesión de fe sobre ella. Pero referirse a la vida en estos términos tal vez nos ayude a comprenderla en cuanto, efectivamente, nos pide aprendizaje, iniciación e inversión de confianza en sus sucesivos comienzos. Fue Erich Fromm quien afirmó que las personas felices son aquellas que encaran todo el curso de su vida como un proceso de nacimiento, rompiendo con la gramática más común que considera que cada uno de nosotros solo nace una vez, solo tiene una gran oportunidad, solo recorre un camino antes de precipitarse al final. Erich Fromm defendía que tal modo de pensar genera este efecto devastador: ver tanta gente morir sin haber llegado a nacer. De hecho, el verdadero y exigente desafío que se plantea al ser humano es llevar a cabo su nacimiento. En esto, los humanos, nos diferenciamos de las otras criaturas, que en poco tiempo ya son completamente lo que son. Nosotros, en cambio, estamos inacabados; recibimos la vida como don, pero también como tarea; vivimos en el transcurso del tiempo el proceso de nuestro propio parto; necesitamos muchos años (y mucho trabajo espiritual) para llegar a expresar lo que hay en nosotros de original.

Nuestras sociedades han concentrado demasiado su apuesta de formación en saberes técnicos y especializados, apuntando como horizonte el resultado sobre todo económico y, como consecuencia, nos descubrimos analfabetos, vulnerables y desprovistos de arte en las dimensiones fundamentales del vivir. Una de las patologías contemporáneas es este déficit de sabiduría, esta falta de un arte de la existencia. En verdad, por su vocación, el ser humano no se realiza solo en la lucha por la supervivencia. Junto a ella, necesita conocerse a sí mismo, vivir en la exterioridad y en la interioridad, necesita atreverse a deambular por la «asombrosa realidad de las cosas», escuchar lo visible hasta el final y más allá de lo visible, porque la vida es sorpresa y misterio. Una voz nada sospechosa como la del filósofo Friedrich Nietzsche defendía lo siguiente: «Por ausencia de quietud nuestra civilización está desaguando en una nueva barbarie. Nunca como hoy el activismo de los inquietos gozó de tanta consideración. Por eso, una de las correcciones que podemos introducir en el modo de vivir nuestra humanidad sería reforzar ampliamente el elemento contemplativo».