Esta vez el sepulcro es el mar entre Túnez e Italia.
Y el verdugo, el que hundió en el mar la pequeña embarcación llena de humanidad herida, no fueron, como la fuente de información insinúa, las malas condiciones, el sobrepeso y las condiciones climáticas adversas, con lluvia, fuertes vientos y gran oleaje; el verdugo está desde siempre en tierra firme, a un lado y otro de esa línea que separa África de Europa, una frontera por la que sin dificultad pasan a Europa las riquezas de África, y por la que no pueden pasar los pobres de África.
Transcribo palabras que oiremos proclamadas el próximo domingo en todas las iglesias de Europa: “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia… te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación”. “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas… yo doy mi vida por las ovejas”.
Suenan bien, suenan normales, suenan consoladoras, suenan luminosas… Pero escúchalas ahora, Iglesia madre de pobres, escúchalas proclamadas en esa barcaza que se hunde.. Y esa palabra, que es normal en nuestros ambones, allí, entre hombres, mujeres y niños que mueren aterrorizados, suena a burla, suena a sarcasmo…
Con nuestras opciones políticas, con nuestras opciones ideológicas, los que nos decimos creyentes hacemos mentiroso a Dios.
Para nuestra fe adormecida, reducida, deformada, es como si Dios no tuviese hijos en África, como si los pobres no fuesen hijos de Dios.
No caemos en la cuenta de que, si Dios no tiene esos hijos, no tiene ninguno.
Pero el hecho es que los tiene, y que precisamente ésos, porque son últimos, son para él los primeros, porque son los más necesitados, son para él los más llorados, los más añorados, los más esperados.
Y eso que son para Dios, eso que son para el buen pastor que por ellos da la vida, eso han de ser para nosotros porque son nuestros hermanos.
Los pobres necesitan que su grito de dolor resuene ampliado en nuestras iglesias, en nuestras instituciones, en nuestra conciencia cristiana.
Los pobres necesitan que la Iglesia, la comunidad de los fieles y cada uno de ellos, ungida por el Espíritu Santo, sea esperanza para ellos, sea salvación para ellos, sea evangelio para ellos.
Los pobres necesitan que en sus caminos la Iglesia sea una presencia real del buen pastor, Cristo Jesús.
Y nosotros necesitamos sacarnos de encima el peso del escándalo de estar haciendo mentiroso a Dios pues negamos su bondad si los pobres no la reconocen en nosotros; negamos su misericordia si los pobres no la encuentran en nosotros; negamos su amor acogedor si nosotros no los acogemos; y lo hacemos sordo a las necesidades de los últimos si nosotros no los escuchamos .
Si no amamos a los pobres, negamos a Dios.
Feliz comunión con Cristo Buen Pastor.
Feliz domingo, Iglesia cuerpo de Cristo Buen Pastor.