Aparece un año más la sorpresa del Adviento, el tiempo que se nos regala para fortalecer nuestra esperanza, ahondar nuestra fe en el Dios-con-nosotros, redescubrirnos en la humildad del pesebre… para encontrarnos, en definitiva, como Iglesia que camina, que a pesar de todo y por todo ello, sigue creyendo en las promesas de Dios. Cuando la mayoría de ciudades y pueblos inauguran sus alumbrados sin apenas referencias al misterio de la Navidad, cuando las ofertas comerciales nos bombardean y nos reclaman como sujetos de consumo, aparece tímido en el horizonte una propuesta antigua y, a la vez, nueva. Una propuesta de amor, de compasión, de entrega y, por ello, de felicidad: Dios se hace humano.
Desde este tiempo se nos pide a los cristianos que despleguemos el arte -no siempre fácil- de cuidar, de cuidar lo frágil, de visibilizar lo vulnerable, de acoger aquello y aquellos que han sido excluidos o descartados de este gran “centro comercial” en el que, a veces, parece que estamos insertos. El paradigma del cuidado ha sido propuesto por el Papa Francisco en reiteradas ocasiones, pero ¿Qué es cuidar? En palabras del propio Papa sería “hacerse cargo de nuestro hermano” o lo que es igual: promover la dignidad de toda persona; proteger la creación; afianzar el bien común… es decir, preservar e impulsar todos aquellos procesos que hagan más humano este mundo globalizado. Y, ahí, como creyentes se nos invita a portar nuestra ofrenda a través de la solidaridad, la compasión, la entrega y el silencio contemplativo.
No estaría de más que en nuestros programas de Adviento-Navidad además de conciertos de villancicos, cenas de grupos, mazapanes y polvorones pudiésemos recrear iniciativas que mostrasen que esta fiesta es para todos. Una pedagogía que acerque e incluya como parte de los convidados al banquete de la vida a los enfermos o ancianos que no pueden salir de casa, a las personas con pocos recursos económicos, a los que han venido de lejos y celebran solos… poner de relieve esta otra cara de la Navidad es empezar a entenderla y amarla y entrañarla. Y es que la Navidad no es solo recordar sino actualizar y revivir aquello que Dios hace con nosotros. Para ello no hace falta mucha creatividad ni recursos, simplemente implica observar, conocer, escuchar, compartir… acciones tan profundamente humanas como cristianas que nos llevan a decir, con palabras y hechos, que el otro no nos es indiferente, que no podemos celebrar si no nos preocupamos por “el de la puerta de al lado”.