“La gente preguntaba a Juan: ¿Qué debemos hacer?”. Unos publicanos le hicieron la misma pregunta: “¿Qué debemos hacer?” Y lo mismo preguntaron unos soldados: “¿Qué debemos hacer?”
Y también nosotros, los que hoy esperamos al Señor, los que necesitamos que venga, preguntamos: ¿Qué debemos hacer parar recibirlo cuando llegue?
Entonces, Juan, el Precursor que va “delante del Señor a preparar sus caminos”, nos recuerda lo que el Mesías esperado ha de encontrar en nosotros cuando llegue: Compartirás con el que no tiene, compartirás con él tu vestido y tu comida, no robarás, no extorsionarás… Y añadió: “Viene el que es más fuerte que yo… Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”.
Lo has oído bien, Iglesia en Adviento; el Precursor dijo: “Viene el que es más fuerte que yo”; él dijo: “Viene”, y es como si nos dijera: “Ya llega el que es más fuerte que yo”, está cerca el Señor, está cerca la Navidad.
Entonces los verbos de tu Adviento empiezan a conjugarse en imperativos de alegría: “Alégrate… grita de gozo… regocíjate y disfruta con todo tu ser…No temas… no desfallezcas…” “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos: El Señor está cerca.
Si esos imperativos de fiesta se conjugan con olvido del Señor que se acerca, si los separamos de la Palabra de Dios que se hace carne, si poco o nada tienen que ver con el anuncio de un salvador que nace para los pobres, podremos llenar de luces las ciudades, y de árboles con adornos la intimidad de las casas, y de manjares costosos las mesas en familia, podremos hacer que los ecos de nuestra fiesta resuenen en toda la tierra, pero no habrá Adviento ni será Navidad.
Adviento y Navidad sólo acontecen porque el Señor está cerca, porque hay pobres que lo esperan, hombres y mujeres que necesitan salvación, hombres y mujeres que han oído que la salvación ya está cerca, que está ya cerca el Señor.
Adviento y Navidad sólo acontecen para el pueblo de las bienaventuranzas; en él, los imperativos de alegría se han convertido en participios de la dicha: Dichosos los pobres con fe, porque para ellos es el evangelio del Reino; dichosos los que lloran, porque para ellos llega el consuelo; dichosos los que trabajan por la paz, porque se hallarán hijos en el Hijo de Dios…
Si hay pobres con fe, hay esperanza. Y si lo que esperamos se intuye ya cercano, entonces irrumpe en nuestra vida la alegría y, con decisión, nos ponemos a la tarea de preparar el camino para el que viene: nos hacemos camineros de Dios…
“¿Qué debemos hacer?”
El Precursor lo dijo de aquella manera: Compartirás, no robarás, no extorsionarás…
Era su modo de decir que nos hiciésemos imitadores de aquel a quien esperamos, y que fuésemos, como él, evangelio para los pobres: “justicia para el oprimido, pan para el hambriento, libertad para los cautivos, vista para los ciegos, gracia para los necesitados de perdón”…
Dichosa tú, Iglesia de pobres con fe, porque tu Señor está cerca: Él es tu Dios y Salvador, él es tu fuerza y tu poder. Nuestro Dios viene y nos salvará.
Feliz domingo. Feliz camino de Adviento.