La concreción de su vida me hace bien, me lleva a desear que la mía se convierta, se vierta con otros en esas dimensiones que nos dejan abiertos y receptivos para Dios, y en ese deseo de «no permitir jamás que se pierda una porción de amor». Su amigo Piet le había escrito una vez: «no has de destruir nada que, aunque sea de lejos, tenga algo que ver con el amor». Siento que el itinerario de estos cuarenta días tiene que ver con eso: aligerarnos, hacer espacio, ser llevados a desiertos no buscados, dejarnos podar, silenciarnos…para que no se pierda en nosotros nada que tenga algo que ver con el amor. Hay tantos temores que obstaculizan, que bloquean el camino hacia su fuente.
Me avisaron esta mañana de que había muerto inesperadamente la madre, todavía joven, de una amiga y hemos ido al tanatorio a acompañarla. Mi amiga había tenido un niño recientemente y allí estaba con él. La abuela y su pequeño nieto juntos ponía antes nosotros ese misterio que nos arropa de la muerte y de la vida. Decía Egide: «Dios no es para la vida sino en la vida», y no sé si lo entiendo bien, pero creo que es algo así como que en todo lo que vivimos, en todo, Él está allí, en su presencia-ausencia y a nosotros nos toca descubrirlo en sus múltiples «envoltorios», aunque algunos tengan una cáscara muy dura. Egide escribía también: «no debemos en primer lugar proclamar la historia de la salvación enviada por Dios, sino ser, ante todo, nosotros mismos un trozo de esa historia»… ¿Qué trozo de esa historia estaremos viviendo cada uno hoy?