Un pan sobre la mesa

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Hablamos de pan para hablar de Dios, para saber de Dios, para gustar de Dios.

En el catecismo de los años de mi infancia, a la pregunta: “¿Quién es Dios nuestro Señor?”, aprendí a responder: “Dios nuestro Señor es el Criador del cielo y de la tierra: es un Espíritu infinitamente bueno, poderoso, sabio, justo, principio y fin de todas las cosas, que premia a los buenos y castiga a los malos”.

En la liturgia de este domingo, aprendo a decir: “Abres tú la mano, Señor, y nos saciasel Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; el Señor está cerca de los que lo invocan”.

Y si alguien pregunta cómo el Señor está cerca de quien lo invoca, el profeta responde diciendo: “Así dice el Señor: «comerán y sobrará»”; y entiendes que el Señor está cerca tan de ti como lo está la palabra que dice, como lo está el pan con que te alimenta: “comieron y aún sobró”.

Aquellos predicados del viejo catecismo, que hablaban de Dios como Espíritu y lo proclamaban infinitamente “justo”, infinitamente “bueno”, la liturgia te los devuelve en forma de alimento: “Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo”.

Sin olvidar que Dios es Espíritu, que es misterio, que es un Dios escondido, en la eucaristía que celebras has experimentado también que la palabra de Dios te ilumina, te guía, te fortalece, te da vida: ¡has experimentado que su palabra te alimenta!

Sin olvidar que Dios es Espíritu, lo reconoces palabra-pan de vida sobre tu mesa.

En la fe todo acontece escuchando.

La Virgen María concibió escuchando y obedeciendo, cuando dijo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

La Palabra de Dios se hizo carne escuchando y obedeciendo, cuando dijo: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”.

Escuchando la palabra de Dos y cumpliéndola, nos hacemos hermanos, hermanas, madres de Cristo Jesús…

Escuchando y obedeciendo, vivimos de toda palabra que sale de la boca de Dios… Si escuchamos, comemos todos y sobrará…

En la palabra que escuchamos, es el Señor el que se hace nuestro alimento; en esa palabra, es el que la dice quien se hace pan sobre nuestra mesa.

Nos alimentamos de Dios para tener la vida de Dios.

Aquel pan multiplicado para saciar el hambre de los cien y de los cinco mil es representación profética de la palabra de Dios que a todos se ofrece; es figura de Cristo entregado a la humanidad en la encarnación y en la eucaristía; y es también figura de la Iglesia entregada a todos en el servicio de la palabra y de la caridad.

Sobre la mesa, para todos, el amor de Dios ha puesto su palabra, su Hijo, su Iglesia.

Si somos fieles a esa vocación, hoy en la Iglesia, como ayer con Jesús, todos “comerán y sobrará”.

Enséñanos, Señor Jesús, a ser pan, a ser de todos: enséñanos a ser tú.

Mañana serán los hambrientos los que den testimonio de lo que hemos sido para ellos: “Tuve hambre, y fuiste pan en la palma de mi mano…”.

Y asombrados, descubriremos que todos comieron… y sobró.