Un nuevo rostro de parroquia en la sociedad postcristiana

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¿Cómo cantar al Señor en tierra extranjera?

El mundo de hoy ha vivido un cambio cultural y religioso, nos encontramos con un nuevo modelo antropológico y social que nos está exigiendo un replanteamiento religioso con cierta urgencia1. Vivimos en una crisis, con todo la riqueza e inquietud que transmite este concepto, que afecta a la transmisión histórica y religiosa, al sistema de valores y de este modo a “las antiguas razones de vivir”, tenemos que aceptar aunque nos esté costando, y a unos más que a otros, que está concluyendo un ciclo en el que la fe cristiana se vivía, se enseñaba y transmitía de una forma casi espontánea, aunque no siempre con profundidad y coherencia.

La realidad cultural que vivimos ha afectado de un modo especial al ámbito de nuestras parroquias, al ser estas la base fundamental del quehacer pastoral de la Iglesia, ellas son el reflejo más claro de esta crisis y lo notamos principalmente en que la mayoría de ellas han perdido dinamismo evangelizador, su vida se polariza en los servicios cultuales y catequéticos a los practicantes, de tal manera que su actividad se centra casi toda en la vida interna de la comunidad débil y mayor que se mantiene, quedando lejos lo que llamamos su presencia evangelizadora en la sociedad. Ya no vale el concepto de parroquia heredado de Trento en el que se veía una relación estrecha entre “un cura, una iglesia, una parroquia”, entre “el párroco y los feligreses” y donde la visibilidad era grande; este modelo hoy no vale, su rostro de gran servicio público desde lo sacramental, del sacerdote como funcionario de ese servicio, y de la actividad pastoral muy marcada, no hace de la parroquia un lugar de vida y encuentro. El Concilio Vaticano II en sus nuevas claves eclesiológicas subrayó mucho más en torno a la parroquia aquellos aspectos que la presentaban como instrumento de relación fraterna entre los feligreses, de comunidad participativa y de comunidad de fieles en medio del mundo.

Hoy es tiempo de reconstruir nuestra experiencia religiosa y pastoral, de desmontar falsas imágenes de Dios, de revisar esquemas catequéticos y litúrgicos y de centrar nuestros esfuerzos, energías y creatividades en lo que ha de ser nuestra misión fundamental, la de evangelizar. Se nos impone la necesidad de avanzar en lo que lleva a la verdadera experiencia del misterio de Dios, a la vida de fe en pequeñas comunidades de referencia, a la fe formada y crítica, a la vida cristiana que se celebra festivamente y que se hace presente desde los verdaderos testimonios de solidaridad en medio del mundo.

“Pasar haciendo el bien y curando…”

Siempre, y más en tiempos de cambio y crisis, la Iglesia tiene que saber autocomprenderse y mirarse desde Cristo que es auténtico sacramento del encuentro con Dios; ella sabe que está llamada a ser sacramento de Cristo, prolongación de su humanidad salvadora en medio del mundo. Por eso debe profundizar continuamente en las claves fundamentales cristológicas que le llevan a esa misión de evangelizar, y ahí descubrimos tres referencias que son las que siempre hemos de reinterpretar en medio del mundo y en el interior mismo de la Iglesia:

– Evangelio de Jesucristo: El evangelista Marcos tiene claro que Jesús de Nazaret es el Evangelio, es decir, Jesús es “la buena noticia. La iglesia sabe que no tiene que ser otra cosa que “buena noticia” del que es “la buena noticia”. Pero ha de serlo provocando lo que Jesús provocaba en sus paisanos y en su ambiente: la alegría de la salvación, del amor entregado, del encuentro gracioso y gratuito, que liberaba, curaba y salvaba, sin condenar. Ahí el gran reto de ser una iglesia evangelizada y evangelizadora. Una iglesia de alegría y esperanza que vive para evangelizar. La parroquia ha de ser hoy fuente de alegría y esperanza, sabe y conoce la sed del pueblo y busca corrientes de agua viva para sus fieles y para el mundo.

– “Fijando su mirada en él lo amó”: esta fue la reacción de Jesús de Nazaret ante el joven rico que no aceptó su llamada e invitación al seguimiento y la radicalidad; hoy como nunca hace falta tomar en cuenta esta dimensión personal de Jesús que impide toda actitud de condena y negación, incluso a aquellos que no nos entienden o rechazan. Una iglesia que no rechaza a nadie en ninguna de las situaciones ni de las respuestas que se puedan obtener ante las ofertas y donaciones que ella haga. Acoger sin rechazar y excluir nunca. Una iglesia habitable y acogedora que sabe que el “hombre”, especialmente el que sufre, es su camino.

– “Anda y haz tú lo mismo”: Jesús es el sacramento del Dios-samaritano; sale al encuentro del otro sin esperar a que se acerquen a él y a cada uno lo acoge de modo personal y único. Una iglesia que sale a los caminos, en misión, cercana y tocada por los gozos y las tristezas de toda la humanidad, sin exclusión alguna; que sana e invierte en la humanidad sin esperar nada a cambio ni pasar factura alguna, sino alegrándose de cada paso sanante y realizador de cualquier ser humano al que ella sirve y lava los pies. Hoy como nunca la parroquia ha de ser espacio en el que se pueda respirar, al que se pueda acudir, en el que sea posible desahogarse, alegrarse, consolarse. Para esto ha de estar en camino, su lugar es el umbral y el porche, el patio de los gentiles, la disolución en medio del pueblo y la vida, para que la encarnación sea real, la pasión sea la vida, y la eucaristía celebre la resurrección de los signos de vida que se están produciendo en la comunidad y fuera de ella por la gracia del Espíritu que no tiene límites ni frontera y va marcando en la esperanza los que le pertenecen.

“Algo nuevo está brotando”

La sociedad postcristiana, sin apenas referencias de cristiandad, está demandando y necesitando un nuevo estilo y rostro de parroquia y para eso nos pueden servir claves que nacen de la iluminación cristológica y de esa nueva eclesiología, enraizada en la verdadera fuente de la tradición, que alumbraba el concilio vaticano II y que nos lanza con estos criterios:

– Una parroquia que:

– Rompe con toda autocomprensión de legalismo pastoral que obstaculiza la acogida y la misericordia.

– Se abre pastoralmente a otras parroquias, el trabajo en equipo.

– Celebra de un modo nuevo y vivo la fe, que no se queda en el Dios del templo, sino que acepta “el Dios del porche”, de la vida.

– Se centra en la pastoral del engendramiento, de lo nuevo que exige creatividad y alteridad, poniéndose al servicio del mundo.

– Le preocupa generar cristianos adultos, vivos y activos, con procesos de fe y experiencia profunda de encuentro con Cristo.

– Se estructura catecumenalmente con claves de iniciación cristiana nuevas y plurales.

– Busca la presencia en las familias, los ambientes, la sociedad, y no desde el poder y los derechos adquiridos sino desde el servicio y la invitación.

La transformación que deseamos requiere trabajar porque la parroquia sea una comunidad de talla humana, con capacidad de relacionarse de un modo nuevo y capaz de originalidad y creatividad en su propia estructura atendiendo a las necesidades fundamentales de las personas a las que quiere servir dentro y fuera; para ello se ha de instaurar en toda su estructura modos de diálogo, comunicación, y de vida compartida; al servicio de este nuevo modo han de surgir: grupos de vida fraterna, de autenticidad y coherencia, de compromiso y de fe compartida.

Las palabras claves de una pastoral diocesana y parroquial para hoy han de ser:

Corresponsabilidad: ni inhibición ni extralimitación, buena distribución de tareas personalizadas y compartidas, con una verdadera “pedagogía de la participación” y del “acompañamiento”

Comunidad de fe: Lugar donde se llega a ser cristiano, por un proceso que nos lleva a un modo de vivir el evangelio.

Comunidad solidaria: espacio privilegiado para las acciones de anuncio y de promoción de todo lo que conduce al crecimiento y realización de la persona humana.

Comunidad eucarística y abierta: que sabe celebrar la vida desde y en Cristo, con lugar para todos.

Comunidad misionera: que sale al encuentro de la persona en los cruces de los caminos de la vida y de las situaciones de las personas.

Comunidad universal: reunión en la diversidad, propiciando la participación de todos en el marco comunitario de la vida.

Comunidad cercana: localizable, visible, presente en el barrio, reconocible entre la gente.

Comunidad pública: con presencia pública más propositiva que impositiva; testimonial más que legal; creativa más que repetitiva.

Comunidad profética: no un servicio religioso sin vida, una comunidad que alumbra y discierne el presente de un modo esperanzado especialmente para los últimos, los que más sufren y los pobres.

Así es la parroquia que soñamos y que ya en muchos momentos vamos sintiendo y notando que está brotando en más de un espacio y grupo, así como en los movimientos que no se entienden sin referencia a este espacio pastoral tan hogareño y cercano de la vida de la gente y del pueblo. Sin duda hay que recuperarlo de un modo nuevo y en ello estamos.

 

1 El título de este escrito es el que encabeza el monográfico correspondiente a Noviembre de la Revista “Imágenes de la fe” ( de edit. PPC 2011) elaborada por José Moreno, Francisco Maya y Ricardo Cabezas, sacerdotes diocesanos de la archidiócesis de Mérida-Badajoz. Aquí mostramos una pequeña síntesis del mismo.