Lo normal es que a Dios se le considere un opresor.
Ignorar a ese Dios opresor, o negarlo, suena a liberación, a posibilidad única de ser nosotros mismos.
Mucho me temo que, entre los padres-madres del ateísmo moderno –del abandono de la fe en Dios-, estén también las diversas confesiones cristianas, y de modo muy especial la Iglesia católica.
Será oportuno que, cuantos aún nos decimos cristianos, nos preguntemos qué hicimos para que nuestro Dios resulte despreciable; me pregunto qué imagen de Dios hemos grabado en nuestra conciencia y hemos transmitido a la conciencia de los demás.
Bajemos hoy con Jesús de Nazaret a las aguas de su bautismo, y se nos concederá asomarnos al misterio de su Dios, de nuestro Dios, de Dios…
El de Jesús es un Dios que unge, envuelve, posibilita, llama, mueve, envía… es un Dios al servicio de la justicia, de la libertad, de la paz…
El “ungido” por Dios, el “llamado”, el “enviado”, el “Mesías”, lo es a “manifestar la justicia”, a “implantar la justicia”, a “ser luz de las naciones”, a “llevar a todos la salvación”…
Y si quieres saber lo que eso significa, no lo separes de lo que el profeta dice a continuación: ese “ungido” es “enviado” para que “abra los ojos de los ciegos”, para que “saque de la cárcel a los cautivos”, para que “saque de la prisión a los que viven en tinieblas”…
Ese “enviado” es Jesús. Y si libertador es el enviado, libertador manifiesta ser aquel que nos lo envía…
Se supone que, en la comunidad eclesial, creemos en ese Dios libertador, no por haber oído hablar de él, sino por haberlo experimentado la liberación, pues todos nosotros somos ciegos cuyos ojos han sido iluminados por la luz de la fe; a todos esa luz nos ha permitido vernos como hijos de Dios, amados de Dios, agraciados con toda bendición en el Hijo de Dios; esa luz nos permite ver en cada persona humana a Cristo Jesús; ver en todos a hermanos nuestros; vernos en todos a nosotros mismos; ver en cada criatura la huella de Dios y una esperanza de liberación también para ellas…
Nuestro libertador, nuestro Mesías luz, es un Dios que se ha hecho siervo … Es ésta una asombrosa paradoja: El libertador de todos es siervo de todos.
Ahora, lo que has contemplado en Cristo Jesús, considéralo en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. No es misión de la Iglesia ofrecer servicios religiosos… No es misión de la Iglesia esclavizar con dogmas, ritos y normas, aunque tenga dogmas, ritos normas… La Iglesia, sacramento de Cristo Jesús, lo hace presente en el mundo, lo re-presenta, es su cuerpo, y ha sido como él ungida, como él llamada, como él enviada: la Iglesia está en el mundo para iluminar, para liberar… para manifestar la justicia, para implantar la justicia, para abrir los ojos de los ciegos, para sacar de la cárcel a los oprimidos, para llevar a todos la paz que ella misma ha recibido de Dios.
De ella se ha de poder decir siempre lo que el Apóstol dice de Jesús de Nazaret, “ungido –ungida- por Dios con la fuerza del Espíritu Santo… pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él –con ella-”.
También nosotros hemos sido bautizados, ungidos, enviados, para hacer el bien y curar a oprimidos, para liberar…
Hemos sido bautizados para ser siervos de todos…
Nos espera un mundo necesitado de libertad, de luz, de Dios, necesitado de ti…
A ese mundo nos envía hoy el Dios de Jesús.