Un Dios para gente sencilla

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El de Jesús es un Dios para gente sencilla.

Él lo dijo así en diálogo de amor con el Padre del cielo: “Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado los secretos del reino a la gente sencilla”.

Y quienes lo escuchamos, pedimos ser nosotros también de esa gente sencilla a quien se revelan las cosas de Dios que Jesús llama “secretos del reino”.

El profeta lo había dicho así: “Mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica”.

Y tú, Iglesia amada de Dios, miraste y contemplaste así a tu rey en el misterio de la encarnación: Dios niño, Dios pobre, Dios desterrado, Dios trabajador, Dios humilde, Dios despreciado, Dios crucificado, Dios justo y victorioso, Dios modesto, Dios a lomos de un asno, ¡Dios en un pollino de borrica!

Sólo la gente sencilla pudo ver a Dios en Jesús y reconocerlo en él como Dios cercano a todos: Dios luz para los ciegos, Dios santidad para leprosos, Dios perdón para pecadores, Dios vida para los muertos.

Y sólo la gente sencilla puede hacer suyo con verdad el cántico del salmista: “Te ensalzaré, Dios mío, mi rey; bendeciré tu nombre por siempre jamás”, pues sólo ella ha conocido los secretos del reino, sólo ella ha visto a Dios en Jesús. Sólo la gente sencilla ha visto a Dios despojarse de sí mismo para venir hasta ella como el que sirve.

Decir de Dios que “viene a nosotros”, significa que Dios se hace último por nosotros; que Dios se arrodilla a nuestros pies para lavarlos; que Dios se hace Pan sobre nuestra mesa para alimentarnos: ¡Locuras que sólo la gente sencilla puede creer, acoger, gustar y agradecer!

Ese Dios último es “el Señor, clemente y misericordioso”, es “el Señor, rico en piedad, es “el Señor, bueno con todos”.

Y es él mismo el que ahora te dice: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”.

Venid a mí”, dice a los hambrientos el Pan.

Venid a mí”, dice a los sedientos la Fuente del agua que apaga toda sed, un agua que, dentro de quien la recibe, se convierte en surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

Venid a mí”, dice a los ciegos la Luz.

Venid a mí”, dice la Palabra a los mudos y a los sordos.

Venid a mí”, dice la Santidad a los leprosos.

Venid a mí”, dice la Gracia a los pecadores.

Venid a mí”, dice el Camino a los que buscan a Dios.

Venid a mí”, dice la Vida a los muertos.

Venid a mí”: El mismo que lo dijo en aquel tiempo a quienes tuvieron la dicha de escucharlo, hoy nos lo dice a nosotros que nos encontramos con él en la eucaristía y lo escuchamos, creemos en él y lo recibimos, porque queremos “ir a él”, deseamos descansar en él, buscamos alivio en él.

Un encuentro, un abrazo, entre Dios y la gente sencilla.

¡Locuras que sólo la gente sencilla puede creer, acoger, gustar y agradecer!

Feliz domingo.