Un decálogo para la reforma

0
1132

Lo que es y lo que no es. Algo así:

1º La reforma de la Iglesia nunca es un reto aislado para  cristianos solitarios, románticos o utópicos. La reforma eclesial es también -insoslayablemente- “cosa” del Espíritu Santo.

2º La reforma de la Iglesia no se afronta a golpe de decretos, motu propios, encíclicas, sínodos de obispos, encuestas que descansan en la bandeja de los asuntos pendientes de algunos despachos episcopales. Se cuece desde la oración, desde el silencio y la contemplación.

3º La reforma de la Iglesia no se consigue (solamente) con cambios (instituciones o supresiones) de curias, IORes, G-8, comisiones ad hoc, nombres propios o traslados de sede (que también). La reforma eclesial es una atmósfera, un aliento, una vocación, un estilo, una preocupación, una tarea prioritaria y privilegiada, una deuda histórica…

4º La reforma de la Iglesia no se conforma con barnices, palabras edulcorantes, buenas intenciones de última hora, renovación del decorado, nuevo disfraz con olor a oveja, torticolis dirección Vaticano o cambio de dirección de veleta según soplen los nuevos vientos. La reforma de la Iglesia pasa necesariamente por la conversión personal. Es conversión al Evangelio. Y es honda, densa, compleja, difícil, dolorosa y desgarradora, arriesgada, “kairótica y kenótica”… No olvida a los menesterosos, cuenta con ellos; apuesta por las víctimas; porque sabe que “fuera de los pobres no hay salvación”.

5º La reforma de la Iglesia no es un encargo de los cardenales de marzo, ni de un papa argentino que danza al ritmo acompasado pero imprevisible del tango, no es un capricho que nos sorprende cada mañana (alguien dijo…) La reforma de la Iglesia es un mandato del Señor, una “nota” distintiva de Sí misma, una parte constitutiva e inherente a su propia esencia de sacramentum y servicio al pueblo. Un acorde siempre presente en el concierto del “mea culpa”, entonado desde la responsabilidad asumida, y suspendido tantas veces por falta de quorum.

6º La reforma de la Iglesia no es puntual, ni tangencial, ni pasajera, ni propia del momento que vivimos, o de tiempos invernales. La reforma de la Iglesia es constante, perenne, terca, siempre inacabada; “semper reformanda”.

7º La reforma de la Iglesia no se refiere (solamente) a la moral de divorciados y vueltos a casar y su “derecho” o no a comulgar, ni (solamente) al ministerio más amplio o menos de la mujer en la Comunidad, ni (solamente) a su postura ante el hecho homosexual, ni (solamente) a la vieja pelea primado/sinodalidad, ni…. La reforma de la Iglesia es “de amplio espectro”; como fue el Evangelio: trastocador, trastornador, transformador. Tiene muchos frentes abiertos, como la misma polivalencia  del ser humano.

8º La reforma de la Iglesia no se fija en el pequeño Estado Vaticano, no es “vaticano-céntrica”, ni euro-céntrica; tampoco latino-céntrica. La reforma de la Iglesia es tan universal como Ella misma; por eso requiere una cuidada y continuada inculturación del Evangelio en las diversas culturas; como hicieron Pablo, Cirilo y Metodio, Bartolomé de las Casas, Ricci, Nobili, Romero, Helder Cámara y otros muchos que caminaban con luz larga.

9º La reforma de la Iglesia no la comenzó Francisco, ni la terminará Francisco, ni es una novedad sospechosa, inusitada, imprevisible, sin partitura a seguir, hecha al tún tún de caprichos u ocurrencias . La reforma de la Iglesia cuenta con el guión original del Evangelio, y la han alentado muchas mujeres y hombres, a veces desde el silencio (o desde el fracaso): Catalina, Hildegarda, Joaquin de Fiore, Francisco, Clara y Domingo, Teresa, Juan de la Cruz y Juan de Avila, Erasmo, Rosmini, Newman, Maritain, Edith Stein, Foucauld, los teólogos del Vaticano II, Juan XXIII… ¡y tantos otros, anónimos y/u olvidados…!

10º La reforma de la Iglesia no admite mirar a nadie, seguir a nadie, guiarse de nadie, obedecer a nadie… A nadie que no sea Nuestro Señor Jesucristo. Es la última nota, que puede ser la primera y que está imbricada en todas las demás. Sólo Jesús, “el inabarcable”, es la referencia; la única referencia; el único a quien mirar a la hora (todas son horas) de emprender, continuar, y nunca concluir la reforma eclesial. Que es mi reforma, nuestra reforma. Por eso nos cuesta tanto y es (¿seguirá siendo?), también con Francisco, una reforma diferida con  riesgos de aparcamiento de larga duración