A ti, Iglesia amada de Dios, se te pide que llenes con la verdad del evangelio las palabras portadoras de esperanza que hoy te dejó la profecía: “Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico”.
Viene tu Rey desde su condición divina a tu condición humana: viene para hacer la voluntad del Padre que lo ha enviado; viene para servir y dar la vida en rescate por muchos; viene pobre entre pobres, pobre en su nacimiento, pobre en su vida, pobre en su muerte.
El que así vino a todos por el misterio de la encarnación, viene hoy a ti por el misterio de la Eucaristía: viene para servirte, para ser tu alimento, para ser tu pan y tu vino, viene para ser tuyo.
Tu comunión con Cristo es siempre comunión con el Hijo de Dios que, siendo rico, se hizo pobre por solidaridad con todos.
He dicho ‘tu comunión con Cristo’, ‘tu comunión con el Hijo de Dios’, y eso quiere decir que tu vida ya no puede verse desligada de la vida de Cristo si no es por el pecado; y del mismo modo que no puedes orar sin Cristo, tampoco puedes amar y servir sin él. En ti, Iglesia amada de Dios, Cristo se hace hoy siervo de todos para enriquecerlos a todos con su pobreza.
Has entendido bien: ‘con su pobreza’, pues nada tendrá que ofrecer a los demás quien no se haya hecho pobre con ellos: sencillo, manso, humilde, gozoso de aliviar el agobio y el cansancio del otro como Cristo quiso ser alivio de nuestros agobios y cansancios.
Este camino de Dios hasta los pobres, necedad para la razón y locura para la religión, es forma de vida para los creyentes. Éste es el único camino que lleva a la justicia y a la victoria. Éstas son las cosas que Dios ha revelado a los pequeños. Éste es tu camino, Iglesia amada de Dios.