¿TÚ DE QUÉ EQUIPO ERES?

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          F. Millánblog (FERNANDO MILLÁN, O. CARM.) Un amigo mío, nórdico él, vino a Roma hace algún tiempo y se quedó muy sorprendido de que una de las primeras preguntas que le hacían los conocidos fuese… “¿Y tú de qué equipo eres?” Le expliqué que en algunos países hay mucha afición al fútbol y que, por ello, pues todo el mundo tiene por lo general un equipo del que es aficionado o, como se dice en italiano, tiffoso. Pareció entenderlo bien, pero luego, cuando hablaba con alguien, siempre se equivocaba y convertía en seguidor de la Juventus al que es del Inter, o de la Roma al que es del Milan, provocando cierta hilaridad y comentarios jocosos.

            Esta anécdota me recordó que en un funeral, hace ya algunos años, el monitor, al introducir la oración del Padrenuestro, hizo una larga disertación explicando cómo en estas circunstancias tristes tenemos que aceptar siempre la voluntad de Dios. Y, por ello, al rezar el Padrenuestro, aunque sea difícil y doloroso, tenemos que decirle a Dios que se haga su voluntad. En principio estuve de acuerdo (y lo sigo estando), pero luego me di cuenta de que la sensación que se trasmitía a la gente (muchos de los participantes probablemente no iban nunca a misa) es que Dios estaba de parte de la muerte, que esa era su voluntad, que ese era su equipo.

            Pero si nos preguntamos de qué equipo es Dios, hay que responder que siempre, desde la eternidad y con cierta pasión de forofo ¡Dios es del equipo de la vida! Por ello, esa frase tan hermosa del Padrenuestro -“hágase tu voluntad”- no es una especie de aceptación resignada (que tanto nos va a dar que lo aceptemos o no) con caras lánguidas y a regañadientes, sino un grito que sale de lo más hondo del corazón y se dirige al Dios de la vida. Le pedimos, le suplicamos, le exigimos que se haga su voluntad…que es la vida. Que no se haga la voluntad del mal, del pecado, de la muerte, sino la suya.

            En este tiempo de Adviento que estamos comenzando, esta convicción tan hermosa, tan honda y central de nuestra fe, se renueva cada día en la liturgia y en la Palabra. Tenemos que estar atentos porque, a veces, nos pasa como a mi amigo nórdico, que nos equivocamos de equipo y hacemos a Dios seguidor de uno que no es el suyo. De forma inconsciente (y, por supuesto, sin ninguna mala intención) hacemos que la gente que escucha nuestras homilías o moniciones o charlas… piense que Dios es del equipo contrario y que la vida cristiana se reduzca a una melancólica, resignada y triste aceptación de una voluntad caprichosa. Y, nosotros, forofos como él del mismo equipo, nos comprometemos a animar todo lo que suponga vida y vida en abundancia (Jn 10,10)…