Tras la celebración pneumatológica de Pentecostés, la liturgia nos propone adentrarnos en el misterio de la Trinidad divina, esa formulación sencilla que unimos a la cruz en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Misterio que ha dado para escribir lo que no podría contarse ni decirse a lo largo de la historia de la Iglesia y de la Teología, que ha llevado a discusiones, herejías y divisiones de primer orden, que nos ha ofrecido conceptos y términos de una riqueza tremenda como el de “persona, relación, comunión…” a la vez que a algunos crípticos e indescifrables pretendiendo decir lo que de ningún modo se podía expresar, sino solo sentir tanto en la relación entre ellos –Tres personas distintas en una sola naturaleza, de las que se puede decir lo mismo de uno que de otro y al mismo tiempo- como en la comunicación con la humanidad y el orden que pretendemos darle entre ellos, ya sea en torno al patriarcalismo o en la discusión de la “y” entre el Hijo y el Espíritu. Un galimatías lleno de riquezas que puede quedarnos fríos en la fe de la vida y del cada día, ahí donde la Trinidad se nos revela “histórica y económicamente” como nos dicen los teólogos actuales muchos más acordes con el existencialismo y el personalismo, cunas de un humanismo lleno de entrañas de compasión y de amor.
La economía de la Trinidad ha sido nefasta a los ojos cuantificadores del mercado del éxito inmediato y del producto acelerado. Su economía lo ha sido de salvación, se ha gestado en el grano de mostaza y en la levadura de la creación amorosa llena de amaneceres y atardeceres que cantan cada día los motivos de la esperanza y el agradecimiento, en el hombre hecho a su imagen que no puede vivir sin un proyecto y horizonte de sentido que exige la comunión con los otros y con la naturaleza. Ha sido en el juego de relación amorosa con la creación y la humanidad donde se nos ha ido dando a conocer el misterio de la Trinidad. En esa relación, en esa economía salvífica, hemos sentido la gratuidad del Dios Padre que se vacía para dar vida en la generosidad del que quiere compartir sus entrañas y su compasión sin nada a cambio. Hemos visto la creatividad del Espíritu que genera lo nuevo y renueva la esperanza en el corazón de la creación y de lo humano, con el diálogo permanente entre las esperas y la esperanza de lo último que está por venir, y en esa confianza se nos ha hecho carne y compañero de camino en el Hijo que nos ha dado la vida en una alianza que nos adentra a nosotros en ese amor divino. Ahí es donde nuestro credo se hace confesión de fe reconociendo que tenemos un solo Dios, pero no un Dios solitario, es comunidad amorosa y entrañable, que se descifra en el ejercicio de la comunión entregada que se hace unidad en la pluralidad del amor y huye de la uniformidad que subyuga a la persona.
Nuestro Dios es lo divino desgarrado, abierto, luminoso, entregado, infinito, bello, orientado, en el absoluto del límite de lo creado que ha explotado en el corazón del Padre por la fuerza del Resucitado. Por eso hoy ante este misterio trinitario que vamos a celebrar este Domingo me seduce esta composición fotográfica de mi amigo Manuel Matas y que titula “Desgarrado”. Esta expresión de belleza, luz y entrega me acerca al misterio de lo divino en la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu, y me parece oportuno llamar a esta economía de la salvación en la que se nos ha revelado este amor trinitario, con el título de la obra: “desgarrado”.