Lo que celebramos en la Trinidad no es solo un misterio, algo que no se puede comprender por la sola razón. Sino que celebramos el gran amor de un Dios que se hace fecundo porque ama sin medida. Fecundidad amorosa que engendra al Hijo y que por el Espíritu sigue actuando en la historia.
Creación abierta que también espera planificación, que está anhelando también la vida en plenitud.
Dios fecundo en si mismo y de cara a los demás. Hacia dentro y hacia fuera. En un fuera que ya es dentro y viceversa. Todo amor, entregado, extendido, compartido.
Trinidad de amor, de creación, de historia, de esperanza de un presente que ya es futuro y pasado que ya es salvación.