En un pueblo de Almería he conocido personas que viven de modo infrahumano, “no hay sitio para ellos” (cómo no lo había para María, José, y el niño). En la indefensión de la noche, bajo ladridos que nos ahuyentan, en un cuchitril sórdido, sin luz y sin agua, con una linterna que le regalaron mis hermanas, un hombre africano, Mustafa, nos abre su corazón y nos muestra su pie herido. Le acompañamos al lugar que se ha buscado para dormir porque tienen que operarle la pierna. Por fuera parece una pequeña casa cualquiera, al pasar una cortina entramos a “otro mundo” que no se ve desde el nuestro, es un bar diferente donde hay mucha vulnerabilidad compartida. Mustafa nos dice: “ese hombre blanco es del pueblo, bebe un poco, él tiene su casa y su madre, pero le gusta venir aquí con nosotros”. Nos saludan con dignidad y una luz suave se posa sobre sus vidas desarraigadas.
En nuestras ciudades ponemos luces a todo meter, los centros comerciales se apoderan de la Navidad, comemos más de lo que necesitamos…y mientras, al otro lado de esta historia que brilla, en un rincón del mundo, dos muchachas africanas caminan “llenas de miedo y deseo”; y Mustafa, lastimado y malviviendo, ayuda a su familia desde Almería…Tantas historias por desvelar que nos llevan a Aquel Lugar, que son ahora estos lugares, donde Dios se sigue alumbrando desde las afueras como lo hizo en la vida de una muchacha pobre de una tierra mal vista. “El seno de María ha trastocado los papeles. El esplendor vino a ella pero vestido con ropas humildes. Quien todo lo da, experimentó el hambre. Desnudo salió de ella el que todo lo reviste de belleza” (san Efrén).