¡TODO VA A SALIR BIEN!

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Estoy seguro. No es solo un deseo o una conjura ante el miedo. Es la disposición esperanzada para lograrlo. Es el reconocimiento de la infinidad de valores que siempre están pero solo hoy que «tenemos tiempo» podemos reconocer. Quizá podríamos evaluar ese «todo va a salir bien» por la calidad de cómo estemos viviendo este tiempo antes de salir. ¿Cómo está siendo esta cuarentena silenciosa y lenta en la que hemos vuelto a encontrarnos con nosotros mismos sin el ropaje del público, de los demás o de la función?

Todo saldrá bien, porque en este retiro nos daremos tiempo para reconciliarnos con nuestra vida y nuestra verdad. Serenaremos impulsos y arranques, reconociendo que lo más grande de la existencia se sitúa en lo no programado, en la sorpresa. Saldrá todo bien porque los minutos lentos de la cuarentena nos abren los sentidos de la fraternidad y nos dejamos conmover por tantos anónimos y anónimas que sirven a los demás con la única pretensión de que todo salga bien. Saldrá todo bien, sin duda, porque nos estamos despreocupando de parcelas muy propias que antes cuidábamos con esmero… La cuarentena nos dice claramente que el tiempo antes gastado en apariencia, en figurar, en poseer o mandar… es inútil, sin sentido y vacío.

La  cuarentena nos trae mucha verdad. En ella nos sentimos desprotegidos y frágiles. Es indudable que posibilita el encuentro con Cristo que sana y espera. Siempre sana, aunque no estuviésemos en cuarentena. Pero seguramente ahora estamos más abiertos, dispuestos y necesitados. Es un ejercicio de poda que todavía no alcanzamos a ver sus consecuencias. ¿Hasta dónde el podador nos quitará ramas inservibles o muertas? Todo va a salir bien, porque estamos conquistando libertad. Mucho más real de la que fuimos acumulando en nuestros ejercicios de crecimiento y piedad anteriores. Nos estamos descubriendo cada uno, muy solos, aunque vivamos espacios compartidos. Y esto tiene su dificultad, sin duda, pero también su aprendizaje para que todo salga bien… Estamos aprendiendo una cualidad no tan frecuente que es valorar lo de otros, reconocerlo, agradecerlo y emocionarnos con ello. Y es que para que todo salga bien, es necesario convertirnos al bien, allí donde esté y venga de quien venga. Y al arte de cuidar la vida, la que sea y de quien sea.

Es curioso, pero nuestra sociedad ha entrado en «misión de fraternidad» y no hemos convocado un congreso. No somos protagonistas. Innumerables personas anónimas ofrecen su ayuda; cantan, aplauden, oran, acompañan, sanan, vendan y escuchan a un pueblo herido. Es infinito el número de profesionales que se ofrecen altruistamente por las redes para escuchar y serenar… y lo hacen. Hemos suspendido las eucaristías públicas, pero el pueblo de Dios no ha perdido su conciencia de mesa compartida, sacrificio y fraternidad. Esta situación nos hace caer en la cuenta de una paradoja doble… Por un lado reconocer la revelación en una realidad que no es tan mala ni necesitada de nuestras palabras como a veces sospechamos y, dos, que a la vida consagrada y al presbiterio, en general, nos viene muy bien una cuarentena cuaresmal de escucha y admiración de cómo el pueblo vive a Dios.

¡Todo va a salir bien! Porque esta cuaresma tan real que vivimos de la mano de Jesús nos está fortaleciendo en la fe y en la caridad; nos está haciendo humildes por pequeños y, de un plumazo, entendimos que nuestros logros y luchas son un «ayer que pasó», porque, ahora, lo único importante es que todo salga bien.