TIEMPO PARA EL CARISMA NO PARA LA ORGANIZACIÓN

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Necesitamos gestos emancipatorios. Esto es, originales, no previstos, nuevos. La vida consagrada no tiene que reivindicarse para mostrar que está viva. Basta con que lo esté. Con que signifique una libertad no contaminada que es, en sí misma, sorprendente porque «algo así tiene que venir de Dios». Por eso es tan importante que este tiempo «entre pandemias» víricas, políticas y culturales, no estemos preocupados con «qué vamos a responder o qué vamos a proponer» para recabar una suerte de aprobación o felicitación del tendido. Es un tiempo maravilloso, del Espíritu, para preguntarle «qué más se puede hacer»; «cómo se puede vivir», «en dónde» y «con quién», para que nuestra vida en sí sea una ofrenda de valor a quienes sienten debilidad o miedo; de esperanza a quienes acumulan portazos y soledad; de horizonte a quienes no han descubierto el gozo de la gratuidad.

El problema de las palabras, sanas y sabias, es que a nosotros mismos nos pueden resultar gastadas o acomodaticias. Podemos llegar a pensar que es preferible seguir hablando de «gratuidad» o «fraternidad» porque al ser pronunciadas caen sobre nuestras cabezas, cual unción, y nos bajan empapando el resto del cuerpo y de la historia.

Lo cierto es que este tiempo no se deja serenar con palabras. Al contrario. Los hechos son muy claros. El proceso de desmoronamiento institucional de la vida consagrada es real y somos tan conscientes de ello que nos puede tener paralizados. Eso sí, simulando que estamos «vivos», dándole vueltas a lo mismo, con mucho hanstag y arroba. Así proliferan un sinfín de convocatorias presenciales y/o virtuales donde incidimos en propuestas para una realidad que no existe, pero que, con el «milagro» de las palabras, hasta nos parece real.

Mientras tanto donde nos jugamos la partida de la vida se llama comunidad. Ahí es donde hemos de poner el termómetro vital, donde hemos de hacernos preguntas fundantes y otras que desencadenen decisiones. Es la comunidad local el lugar de la renovación, de la profecía, del gesto y la esperanza. Es el lugar de la verdad de la consagración. De no existir, habríamos inventado, para nuestra era, la consagración sin vinculación, sin espacio compartido, sin posibilidad de contagio evangélico. Y todo ello es sinónimo de vacío existencial. Algunas veces he oído (y reconozco que lo he llegado a pensar puntualmente) que hay lugares y personas que ya no tiene capacidad para inaugurar vida de otro modo. Es más, puede haber personas que deduzcan que la esencialidad de la vida consagrada no es otra que mantener una estabilidad y fidelidad a estilos del ayer.

Se me ocurren algunas preguntas que quizá, si les damos espacio, puedan revelarnos que la vida consagrada en sus diferentes congregaciones, no solo está viva, sino que está llamada a multiplicarse.

¿Qué ocurriría si organizásemos las comunidades de otra manera? Si, por ejemplo, saliésemos de lugares muertos. Si no obligásemos a todas las generaciones a parecerse aunque haya décadas de distancia. ¿Qué ocurriría si escuchásemos a algunas (o algunos) que quieren hacer una propuesta de vida diferente? Si facilitásemos algunos desplazamientos, algunas formas de organización inédita, alguna participación en espacios no reglados, no habituales, no tan «nuestros»… ¿Qué ocurriría si no obligásemos a personas incompatibles a vivir juntas? ¿Qué pasaría si facilitamos otras formas de comunidad para que las personas puedan vivir con satisfacción, reconocimiento y alegría y así puedan dar lo mejor de sí? ¿Qué ocurriría si naciesen espacios inter-carismáticos? Ya sé que existen, pero muchos más. De manera frecuente, posible y normal.

¿Qué pasaría si los cargos y servicios en la comunidad fuesen de otro modo propuestos y asumidos? ¿Cómo liberarnos de las campañas a favor y en contra? ¿Cómo romper con la identificación de cargo con poder? ¿Qué pasaría si hablásemos abiertamente sobre disponibilidad y verdad?

¿Qué ocurriría si la misión la entendiésemos en clave sinodal (palabra que nos encanta)? Quizá dejásemos de pensar cada uno cómo salvamos nuestro «cortijo» con su historia y dineros para ofrecer la misión que el Espíritu quiere y la humanidad necesita. ¡Qué liberación experimentaríamos si misión y carisma se encontrasen! Se imaginan que cada uno de nosotros encuentre espacio en la sociedad para ofrecer la originalidad de su carisma sanando, escuchando, predicando, consolando, educando… Cómo brillaría cada don respondiendo a necesidades concretas y cómo recuperarían vida infinidad de religiosos y religiosas «parados» a los que sencillamente les pedimos que estén y, a ser posible, no molesten.

¿Qué ocurriría si fuésemos verdaderamente creativos en nuestro estilo de gobierno y participación? Posiblemente aparecería más nítida la alternativa que queremos ofrecer como «nueva humanidad». La participación en el gobierno y la co-responsabilidad en la congregación son los capítulos que, sin embargo, tienen en su haber tanta Gracia como desorden y pecado.

Con la pandemia se han parado multitud de procesos capitulares. Y puede ocurrir que estemos en «modo avión», esperando que esto pase para poner los engranajes a funcionar y hacer las cosas como sabemos hacer, como lo hemos hecho siempre. Y es bien cierto que hemos generado respuestas y estilos que, en su momento, brillaron con cierta novedad. Pero ahora estamos en un tiempo nuevo que ha desvelado una realidad a la que no acabamos de dar respuestas conscientes. Hay una parte notable de hermanos y hermanas en las congregaciones que no se sienten ni motivados ni inspirados ni confiados de que las cosas vayan a cambiar o de que las posibilidades, de una vez, sean para todos o todas. Hemos ido creando una «población escéptica» que no apoya, tampoco detiene, pero que siendo honestos u honestas, hemos de reconocer que la hemos creado nosotros, no el carisma.

Generar capítulos nuevos para la fase en la que nos encontramos requiere:

1.Conversión para reconocer a la congregación en el rostro de sus miembros y no solo en sus textos.

2.Compromiso para dedicar tiempo de calidad para la escucha de cada una y cada uno. Es una paradoja pero pretendemos que los capítulos respondan a situaciones de personas que realmente no conocemos.

3.Personas con arte que tiene mucho que ver con la fe y la visión. Es un don del Espíritu. Un capítulo si no ayuda a levantar la mirada o liberar la bienaventuranza, se ciñe a sostener administrativamente lo que ya existe.

4.Alegría para crear un clima de fidelidad que se expresa en la disponibilidad para cambiar. Si merece la pena y se cultiva la emoción, aparecen las respuestas disponibles.

5.Nuevos valores, esto es, líderes que estén dispuestos a «echarse a un lado». Que acompañen procesos de discernimiento sin convertirse en propietarios de los mismos. Y, además, sepan desaparecer y darlo todo, como uno (una) más.

Mientras estos «ingredientes» no estén claros y asumidos. No se preocupen, seguiremos con la sucesión de memorias, fabricación de sondeos y «ajustes» no tan evangélicos para que, a ser posible, nada cambie o no «haya desmanes» que es la expresión «bautizada» que usamos cuando no queremos salir de la parálisis.