El Espíritu es el que habita el tiempo, y nos habita a nosotros. Estamos en tiempo del Espíritu. Es el suyo un largo entretiempo entre la Pascua y la Parusía. Ello significa que el tiempo sucesivo y huidizo, en las comunidades religiosas, podemos vivirlo en su espesor. Está entretejido de diversas dimensiones: tiempo cronológico, evolutivo, biográfico, escatológico… Podemos vivir la sensación de Espíritu en la armonía de diversas dimensiones del tiempo y de su contenido. Trato de expresar esta sensación en 8 palabras, fáciles de retener en la mente; añado algunas preguntas para la reflexión personal por escrito, para el diálogo inter-personal, grupal y comunitario.
EXPERIENCIA
La experiencia es una constante en cada una de las etapas de la vida y en cada uno de los niveles del tiempo. Nos estamos experimentan-do constantemente. Vivimos sintiendo, reaccionando, deseando, recordando, elaborando lo sentido…Como un tapiz vamos tejiendo nuestra vida cada día. Experiencia no es repetir incesantemente las mismas acciones y comportamientos; experiencia es aprender de la vida misma; estar atentos a la vida. Esta no es plana ni monótona. El mundo de nuestras emociones y sentimientos están siempre en ebullición. Estamos reaccionando constantemente ante los estímulos internos o externos. En cuanto religiosos, no somos hombres y mujeres de la regularidad, de las costumbres, los horarios y las normas; somos personas “tocadas por el Espíritu”, inspiradas por Él. Y el carisma es novedad, creatividad, movilidad, es decir “experiencia del Espíritu”.
¿Qué hay en mí de impulso carismático?
¿Quién manda más en mi vida: la costumbre, las normas, las expectativas de los otros, la inspiración carismática?
PRESENCIA
El tiempo ordinario implica, al menos, un cambio de actividad; tal vez la capacidad de seleccionar lo que nos gusta. Pero representa también una oportunidad de dispersión, de huida de nuestras frustraciones y de seguir persiguiendo fuera las compensaciones para el vacío de dentro.
Una de nuestras capacidades más humanas es la capacidad de interioridad, de presencia a nosotros mimos. Tenemos el don del recogimiento.
Estar presentes a nosotros mismos es una manera de vivir con calidad. Lo mejor de la vida lo llevamos dentro. Somos una historia sagrada…Ejercitar la mirada creyente intentando ver la vida personal y comunitaria con la mirada misma de Dios. Es la manera de vivir más despiertos; despiertos a la realidad más verdadera de las personas y de las cosas.
El tiempo de cambio en el ritmo normal de la actividad nos brinda oportunidades especiales para renovar nuestra capacidad de ver y percibir. Se trata de oportunidades nuevas. Por ejemplo, un tiempo de formación, un tiempo oración más intensa, de lectio divina, de ejercicios espirituales, de cambio de actividad pastoral. Y todo ello ayuda a refrescar la mirada haciéndola lúcida y penetrante. l ¿Necesito unificar mi corazón disperso? l ¿Necesito reforzar la presencia en mí luchando contra la fragmentación, contra la superficialidad?
¿Cómo quiero robustecer mi identidad e intimidad?
INMANENCIA
En la humanidad singular de Jesús se ha hecho inmanente el Hijo mismo de Dios; la Palabra se ha ocultado en las palabras humanas de Jesús; la persona divina del Hijo se hace latente y patente en la naturaleza humana de Jesús. La vida humana de Jesús es el sacramento de la acción, del amor, de la difusión del Padre.
Nuestra biografía humana se extiende y distiende en el tiempo ordinario. Lo quiere vivir de forma extraordinaria. Lo llena de sueños, de aspiraciones, de creatividad. Quiere vivirlo de una manera original como tiempo de sentido único; como tiempo irreversible. No se nos da una segunda oportunidad. No hay reencarnación. La gran asignatura de la vida es precisa-mente aprender a vivir. La búsqueda de la felicidad es una llamada fundamental. Y para muchos, se trata de una felicidad de color inmanente, desentendida del futuro último. Actualmente, para muchas personas, la pasión por la salvación se reduce a la pasión por la salud y la imagen corporal. El hambre de plenitud se fragmenta y se entretiene en el consumo. La bicicleta se ha convertido en monociclo, es decir, las dos ruedas de lo temporal y lo eterno para recorrer el camino de la vida se han quedado reducidas a la única rueda de la vida cotidiana. Y así es muy difícil caminar: falta equilibrio y dirección.
En la experiencia cristiana, para encontrar-se con la dimensión última de la vida, no hay que mirar solamente al cielo; es menester prestar atención al mundo secular, a nuestra historia concreta como tierra sagrada de promesa y cumplimiento. La inmanencia es el lugar del encuentro con lo santo y transcendente. La vi-da personal es el sacramento del encuentro con Dios. Ello requiere hondura de mirada para des-cubrirlo y disfrutarlo.
¿Soy consciente de los procesos de transformación que están teniendo lugar en nuestro mundo?
¿Estoy realmente interesado/a en entender la sociedad en la que vivo?
¿Me veo a la defensiva frente a los cambios sociales, eclesiales y pastorales?
¿Soy capaz de mirar con simpatía y empatía la sociedad que me rodea?
TRANSCENDENCIA
Los que vivimos en el ámbito artificial de una gran ciudad, en el tiempo de descanso y vacaciones, experimentamos, de algún modo, que pertenecemos a la naturaleza. Nos parecemos a un árbol: profundamente enraizados en la tierra y creciendo hacia el cielo; el árbol simboliza una esperanza irrompible: el chopo de la ribera, el pino de la ladera, la acacia de las aceras de nuestras ciudades. El árbol constituye todo un símbolo de la búsqueda humana de profundidad y de altura. Entre la realidad terrestre y la utopía está el puente colgante de la esperanza. Como el sediento busca la fuente, como el peregrino busca la meta, como el náufrago busca la orientación del faro. El ser humano vive en el río del tiempo; va siempre de camino; es centinela del futuro; vive asomado a las almenas del castillo para vislumbrar el fu-turo que viene por el horizonte.
Al final del camino, saltando al límite, más allá del horizonte, se vislumbra el transcendente por excelencia: Dios; el Santo, el diferente, el sorprendente. Su nombre es santo. Su rostro es santo. Su ser es amor. Y este amor es la meta hacia la que se estira la existencia humana. El campo de crecimiento es infinito, el potencial es limitado. Desde el punto de vista cristiano el lugar de la trascendencia está delante de nosotros, en el futuro. El Dios resucitador atrae a la historia hacia sí desde la plenitud.
Los religiosos, en cuanto cautivados por el reino de Dios y enamorados de la forma de sentir, de amar, de hacer y de vivir de Jesús, vivimos asomados a la transcendencia del futuro último. Somos centinelas del futuro. Tratamos de mirar la historia comulgando con la mirada mesiánica de Jesús. Estamos llamados a vivir a la luz del nuevo día.
¿Qué sentimiento tengo de la vida?
¿Qué estoy haciendo de mi vida?
¿Me veo lleno de sueños, de planes y proyectos de futuro?
CONDESCENDENCIA
La transcendencia del Dios santo y del Dios amor se nos ha revelado y realizado en la historia. Dios se nos ha hecho histórico, gracias a la condescendencia del Hijo eterno y al envío del Espíritu. El Hijo se ha bajado; se ha humillado haciéndose uno de nosotros; el eterno se ha sometido al ritmo del tiempo, del día y de la noche, de primavera y otoño. En un proceso de identificación con nuestra condición humana, el final de nuestra historia se ha introducido ya dentro de la carne del presente. La utopía ha encontrado su lugar concentrado en la historia del Mesías Jesús. Y el Espíritu de Jesús resucitado remite a la memoria de las palabras, los gestos, las acciones de Jesús. Es la memoria histórica de Jesús a través del tiempo
El Espíritu mueve a los discípulos por el camino del maestro. Seguir a Jesús es moverse como Él; incluye hacer el camino del abajamiento y del desprendimiento de Jesús hacia la hondura de la condición humana: de la gloria a la humillación.
La fe cristiana es un faro y no un corsé, ¿cómo vivo la fe?
TRANSPARENCIA
La humanidad de Jesús, el Hijo de Dios, está inundada del Espíritu; es la humanidad del Hijo de Dios; es la humanidad del hombre poseí-da por el Espíritu, guiada por el Espíritu. Jesús es, por excelencia, el hombre nacido del Espíritu, guiado por el Espíritu. Jesús es el hombre carismático. Vive inundado por el Espíritu del Padre y del Hijo.
Por eso, a los ojos de Jesús las realidades de la vida cotidiana se vuelven transparencias. Jesús las mira con ojos contemplativos; todas le hablan del reino de Dios y del Dios del reino que está en camino. Jesús tiene una mirada especialmente penetrante. Los evangelios anotan con frecuencia la impresión de la mirada de Jesús. Mira con ternura al joven rico; se fija en Zaqueo (Mt 19, 5) se fija en la viuda pobre (Lc 21, 1-2), nota el tacto de la hemorroísa (Mt 9, 12). La lámpara del cuerpo es el ojo (Mt 6, 22-23).
Los discípulos de Jesús intentamos seguir su proyecto de vida, su manera de estar y ver la realidad a través los ojos de Dios. Ello incluye:
Contemplamos el misterio de Jesús, el Cristo.
Comulgamos con sus sentimientos y sus palabras.
Continuamos su misión mesiánica.
Comunicamos los frutos que la confianza fundamental en Jesucristo aporta a nuestra vida humana.
Significamos y hacemos visible al Jesús glorificado.
Por ello es menester preguntarnos:
¿Cómo ando de visión? ¿Me hago invisible como consagrado/a?
¿Me duele ver el mundo que veo?
COMPLACENCIA
Además de la benevolencia, la beneficencia, la complacencia es una característica de la relación de amistad. Los amigos disfrutan estando juntos, haciéndose presentes. Es uno de los acicates de la amistad. Y es que el disfrute constituye un atractivo permanente para la condición humana.
El tiempo ordinario es también un tiempo de disfrute de la naturaleza, del arte, del descanso; nos liberamos en parte de la esclavitud del trabajo rutinario. En el camino actual de crecimiento espiritual se insiste con ahínco en la capacidad de disfrutar. Hemos encajado las críticas a la fe cristiana que la juzgan como contraria a la felicidad humana. Estamos invitados a aprender y ejercitar que Dios es la alegría del corazón, que el encuentro con Dios es fuente de de dicha y felicidad.
¿Cómo es mi capacidad para disfrutar de la vida? ¿Soy consciente de cuáles son las formas concretas de vivir el gozo en la fraternidad? ¿Soy una persona insatisfecha?
RESISTENCIA
El Espíritu de Jesús resucitado es derramado sobre los discípulos. Pentecostés constituye una dimensión de la Pascua. El resucitado sigue presente en su persona, en sus palabras, en su forma de vida mediante la acción del Espíritu.
La vida del discípulo es continuación de la misión mesiánica de Jesús. Comparte su misión y se identifica con su destino. Eso le lleva a estar dispuesto a seguir los pasos de Jesús en el camino de la adversidad, del rechazo, de la exclusión y de la cruz. El Espíritu de Jesús se convierte, en el discípulo, en capacidad y fuerza de resistencia a la adversidad. Os llevarán a los tribunales… El Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros… no temáis, no os preocupéis por lo que vais a decir…
¿Cómo suelo encajar las adversidades que experimento en la vida?
¿Suelo convertir el fracaso y el dolor en una oportunidad de crecimiento?
¿Qué costes tiene para mí el hecho de ser discípulo/a de Jesús, el Mesías?