viernes, 29 marzo, 2024

Tiempo de sumar

«Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.

El que agradece que en la tierra haya música.

El que descubre con placer una etimología.

Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.

El ceramista que premedita un color y una forma.

El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.

Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.

El que acaricia a un animal dormido.

El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.

El que agradece que en la tierra haya Stevenson.

El que prefiere que los otros tengan razón.

Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo».

Mientras leía este precioso poema de Borges, recordé unas palabras de Edith Stein que siempre me han impresionado:

«La corriente vivificante de la vida mística permanece, en gran parte, invisible. Seguramente los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia. Y cuáles sean las almas, a las que hemos de agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es algo que solo experimentaremos en el día en que todo lo oculto será revelado».

Una marea de gestos auténticos nos ha precedido. Al retirarse las aguas, sedimentados, nos han dado la playa en que vivimos. Compartimos la arena de la vida creyentes y no creyentes, y se la debemos a todos aquellos que, con distintos credos, han hecho posible nuestro presente, en su misterio y en su finitud, ambos necesarios.

Una corriente invisible traspasa la vida, hombres y mujeres, infinitos oficios y vidas que, haciendo lo que tienen que hacer, sostienen el mundo y crean vida.

Saber dónde estamos y hacer bien lo que hacemos, vivir lo que somos y estar de cuerpo entero en lo cotidiano. Eso es responder a la llamada profunda de la vida, donde el Espíritu sopla y se deja oír. Eso es sumar líneas al poema de Borges, a la corriente que Edith percibía.

Sumar, algo tan necesario en tiempos precarios. Dejar un gesto, que puede ser la vida, la suma de muchos instantes formando una escollera que haga de cimiento, de resguardo del oleaje y de brazo que impulsa mar adentro.

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