Tiempo de permanecer

0
1925

Desde la ventana de mi habitación se ven tres franjas: una verde con campos de naranjos, otra de mil colores en movimiento con fábricas, casas y calles y, por fin, una azul con el mar en el horizonte. Pienso muchas veces que lo veo todo: la tierra, las gentes y el misterio, y que puedo guardarlo en el corazón y en el silencio.

Desde hace unos tres años, veo algo más. Vi cómo reformaban un viejo hotelito y empezaba a cobrar vida fueron apareciendo letreros luminosos y carteles por todas partes: precios de amor. Era un nuevo club de chicas. Tanto da que se llame Brasilia, París o Bangkok. Todos sabemos qué es.

Al atardecer, se encienden sus letreros. De madrugada, se apagan. Día tras día, 365 días al año.

Cifras a la baja nos dicen que, solo en nuestro país, más de 40.000 mujeres y niñas son víctimas de la trata cada año. Es decir, son traídas con engaño y sometidas a explotación sexual. Después se les puede llamar trabajadoras, y el dueño de uno de los mayores burdeles de Europa, que se encuentra en nuestras fronteras, puede decir que saben a lo que vienen. Pero, en realidad, detrás de estos trabajos hay mafias y mucho dinero, hay engaño y, sobre todo, un sufrimiento inconmensurable.

Una de las cosas que siempre me ha causado más dolor y desconcierto al enfrentarme al misterio del mal es su persistencia. Es como un tentetieso: 365 días al año, como los letreros luminosos del club. No tiene vacaciones, no hay festivos para él.

Mirando por la ventana, recuerdo las palabras de Isaías: Por amor de Sión no callaré no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia… los que invocáis al Señor no os deis descanso, no le deis descanso. Por amor de ellas, como el que tuvo Jesús por todas aquellas mujeres presas de la injusticia, sea de leyes de pureza, viejas o nuevas, sea de proxenetas, no quiero descansar. Quiero permanecer.

Las chicas de este club son solo una partecita de un reguero de dolor con rostro de mujer. Es tiempo de estar donde el mundo sangra, con un amor que busca la justicia y una bondad que acoge y sana. Permanecer contigo, Señor, para, como decía Etty Hillesum, colaborar a que resucites en los corazones atormentados y desgarrados.