TESTIMONIAD QUE LA GRATUIDAD ES POSIBLE

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EL PAPA A LOS ECÓNOMOS GENERALES DE LAS CONGREGACIONES REUNIDOS EN ROMA

Al venerado hermano cardenal João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica

Envío mi cordial saludo a usted y a todos los participantes en el Simposio Internacional sobre «La gestión de los bienes eclesiásticos de los Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica al servicio de la humanidad y de la misión de la Iglesia».

Nuestro tiempo se caracteriza por cambios y avances significativos en numerosos campos, con importantes consecuencias para la vida de los hombres. Sin embargo, a pesar de haber reducido la pobreza, los logros alcanzados han ayudado a menudo a construir una economía de la exclusión y de la iniquidad: «Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil» (cfr. Evangelii gaudium, 53). Frente a la precariedad en la que viven la mayor parte de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, y también frente a las fragilidades espirituales y morales de tantas personas, en particular los jóvenes, nos sentimos interpelados como comunidad cristiana.

Los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica pueden y deben ser sujetos protagonistas y activos al vivir y testimoniar que el principio de gratuidad y la lógica del don encuentran su lugar en la actividad económica. El carisma fundacional de cada Instituto se inscribe plenamente en esta «lógica»: en el ser-don, como consagrados, dais vuestra verdadera contribución al desarrollo económico, social y político. La fidelidad al carisma fundacional y al consiguiente patrimonio espiritual, junto a los fines propios de cada Instituto, siguen siendo el primer criterio de evaluación de la administración, gestión y de todas las intervenciones realizadas en los Institutos a cualquier nivel: «La naturaleza del carisma encauza las energías, sostiene la fidelidad y orienta el trabajo apostólico de todos hacia la única misión» (Vita consecrata, 45).

Se debe vigilar atentamente para que los bienes de los Institutos sean administrados con cautela y transparencia, sean tutelados y preservados, combinando la prioritaria dimensión carismático-espiritual a la dimensión económica y la eficiencia, que tiene su propio humus en la tradición administrativa de los Institutos que no tolera desperdicios y está atenta al buen uso de los recursos.

Tras la clausura del Concilio Vaticano II, el Siervo de Dios Pablo VI llamaba a «una nueva y auténtica mentalidad cristiana» y a un «nuevo estilo de vida eclesial»: «Observamos con atención vigilante como en un periodo como el nuestro, todo absorto en la conquista, la posesión, el disfrute de los bienes económicos, se advierta en la opinión pública dentro y fuera de la Iglesia, el deseo, casi la necesidad, de ver la pobreza del Evangelio y quererla reconocer principalmente allí donde el Evangelio es predicado, está representado» (Audiencia general del 24 de junio de 1970).

He querido recordar tal necesidad en el Mensaje para la Cuaresma de este año. Los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica han sido siempre la voz profética y testimonio vivaz de la novedad que es Cristo, de la conformación a Aquél que se ha hecho pobre enriqueciéndonos con su pobreza. Esta pobreza amorosa es la solidaridad, el compartir y la caridad, y se expresa en la sobriedad, en la búsqueda de la justicia y en la alegría de lo esencial, para poner en guardia frente a los ídolos materiales que oscurecen el verdadero sentido de la vida. No sirve una pobreza teórica, sino la pobreza que se aprende al tocar la carne de Cristo pobre, en los humildes, los pobres, los enfermos, los niños. Sed todavía hoy, para la Iglesia y para el mundo, la avanzada de la atención a todos los pobres y todas las miserias, materiales, morales y espirituales, como superación de todo egoísmo en la lógica del Evangelio, que nos enseña a confiar en la Providencia de Dios.

Mientras expreso mi gratitud a la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, que ha promovido y preparado el Simposio, espero que traiga los frutos deseados. Invoco la intercesión de la Bienaventurada Virgen María y os bendigo a todos.