Tentaciones

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La vida de Jesús se fue entrelazando con las tentaciones. Con ese sabor rico del poder, del milagro fácil y convincente (indiscutible y probatorio), con la aceptación de las ideas y de las reglas sociales que, decían, Dios había entregado al pueblo.
En los momentos de fracaso, de incomprensión por parte de los más cercanos, de soledad, de violencia verbal y física, de las risas que salían de la boca de los doctos… tuvo que luchar ante las visiones de lo que sería mucho más sencillo y placentero, ante lo que hubiera sido más útil.
En ese camino difícil de fidelidad al Reino del mundo al revés se vio cara a cara con la lógica de lo que los demás esperaban de él, cada uno según sus propias expectativas o necesidades, pero siempre en clave de apropiación y domesticación.
El camino de Jesús fue el de la inutilidad, el de fragilidad, el del jugársela porque así era el corazón del Padre, el del ir más allá de las apariencias de lo santo para adentrarse en el corazón de los que eran ninguneados o incapaces, por ellos mismos, de acercarse a Dios (Tú no puedes…)
Por eso para Jesús no todos los caminos eran válidos y la puerta se fue haciendo cada vez más estrecha. No porque por ella solo cabían los perfectos, sino porque no muchos (ellos y ellas) aceptaban las consecuencias de esa generosidad y ese riesgo desproporcionado del que percibe y sabe que el Reino ya está aquí, de que Dios actúa ya, de que no hay que esperar a otros para poder cambiar y que lo imposible (el mundo al revés) ya estaba regalado.
Camino de Cuaresma, camino de tentaciones y de sueños. Que no se nos desdibujen porque nos digan que eso no puede ser, que no seamos tontos, que seamos racionales, fríamente calculadores y utilitaristas.