Reproduzco aquí algunas expresiones tomadas de una “carta abierta”1 enviada a una religiosa, testimonio de una plenitud femenina que la opción por la vida religiosa ha exaltado: «Te he conocido mujer a nuestro lado, no sólo para testimoniar la primacía de Dios y de su gracia, sino también para dejarte tocar por tantos problemas que afectan a las personas, porque nada de lo que es humano te es extraño. Contigo he compartido el sabor de la palabra de Dios y, gracias a tu carácter femenino, el rosto de Dios Padre se me ha revelado como materno, hecho de misericordia y de ternura, de preocupación y de amabilidad, reparador de brechas, a quien no le gusta romper la caña cascada o apagar el pábilo que llamea débil.
He visto a tantas personas recurrir a ti, seguras de que las escucharás, seguras de que serán aceptadas, para buscar tu opinión con la convicción de hallarla puntual y sabia. He tenido la suerte de haberte tenido a mi lado, presencia laboriosa y afectuosa, que no hace nada con orgullo, señal de aquello que es la Iglesia: mujeres y hombres de todos los tiempos inmersos en la vida, en las alegrías y en los sufrimientos, en el mal y en el bien, como todos […]; mujer preparada cultural y teológicamente, capaz de contribuir original y pastoralmente, con eficacia para el crecimiento de la comunidad cristiana de la que formo parte. Me has animado, con el ejemplo, a la solidaridad, consciente de que la caridad es mayor que la fe y la esperanza, y de que es más fuerte que la muerte, porque Dios es amor». A.L.
De esta carta se desprende que el futuro de la nueva evangelización es impensable sin una contribución renovada de las mujeres, y especialmente de las mujeres consagradas que cada día inventan la esperanza y dan amor.
¿Acaso no es revelador que Cristo mismo, victorioso sobre la muerte, se apareciera primero a María Magdalena, confiándole el mensaje extraordinario de su resurrección para que fuera ella, una mujer, quien comunicara su contenido a los apóstoles tristes, llorosos y temerosos?
1 ad una donna consacrata di Andrea Lebra in “settimana” n. 17 del 1 maggio 2011.