TALENTOS ARTESANOS, NO INDUSTRIALES

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Seguimos con estas parábolas de contraste que tanto pueden chocar con nuestra mentalidad. Ahora hablamos de matices, pluralidad, identidades diferenciadas… Pero parece que el evangelio de Jesús de hoy deja poco espacio para diferenciar tonalidades: o se está o «no se está a lo que se está».

Entender esta parábola de los talentos nos lleva a situarnos en su contexto y e entender la intención del evangelista a la hora de recogerla.  El propósito es que la comunidad esté preparada para la venida de Jesús, que no se acomode, sino que mantenga la tensión actualizada porque el Maestro volverá. Tardará, eso sí, pero volverá.

Llama la atención como el dueño avaro exige la devolución de lo entregado multiplicado. Llama la atención como el último criado había hecho algo totalmente lícito y moralmente válido: enterrar para conservar. Sin embargo, éste no solo es reprendido por el dueño sino expulsado, despedido y humillado. Nos cuesta visualizar a un Jesús como dueño, como este dueño. Y, al menos yo, tiendo a empatizar con las muchachas necias, con el criado torpe… Pero la intención de Mateo es «despertarnos del letargo».  Darnos cuenta, reconocer lo recibido, agradecer…

Dicen que el agradecimiento nace de la humildad porque es reconocer que no lo podemos todo, que necesitamos de los demás. Para agradecer, lo primero es reconocer, darse cuenta del regalo o don recibido y, una vez acogido, ponerlo al servicio de los demás. Me llama la atención cómo todavía hoy en algunos lugares se siguen negando personal y/o comunitariamente la riqueza de los talentos. Cómo se percibe como amenaza cuando, en realidad, es un don. Los dones curiosamente los tienen las personas, pero reconocerlos y alegrarnos por ello no es bendecir el «individualismo» como, a veces, nos han hecho creer. No somos iguales, y por tanto reconocer la diferencia y acogerla como una riqueza es una tarea imprescindible… y, desgraciadamente todavía, un reto. A veces, preferimos simplificarlo todo y mirar a todos cual tabula rasa y aplicar una mirada rampante (y ramplona), perdiéndonos así la originalidad, el aporte, la diferencia, el matiz… en definitiva la riqueza de las personas. Además, nos atrevemos a decir que esto lo hacemos por sentido de justicia e igualdad. ¡Qué pena!

Pero volvamos al evangelio. Todos desde nuestro nacimiento hemos recibido una serie de talentos, cualidades, virtudes y también, defectos. Todo esto no nos pertenece y no podemos negarlo sino acogerlo y potenciarlo. El que tiene cualidades de pintor debe pintar, el que tiene una voz prodigiosa debe cantar, el que tiene capacidad de aunar y dialogar debe liderar, el que tiene… Y el que cree que no tiene nada debe hacer una profunda revisión de vida… porque, sin duda tiene, pero no lo ha descubierto. Y esa es la tarea. Aquí puede aparecer un «talento» no muy reconocido. Es el de la amistad, que si es real, ayuda a cada uno y cada una, a encontrar la verdad y el sentido de la vida, la originalidad y la aportación a la humanidad que solo tú puedes ofrecer. Ese es tu talento que te ajusta a la realidad, te reconoce humano, te ayuda a vivir como creado y a multiplicar lo recibido. Te mantiene despierto para esperar la vuelta del Dueño.