“SURFING” EN LA SOCIEDAD LÍQUIDA: LA PASTORAL DE LA FIDELIDAD

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Nos hemos preocupado mucho de la pastoral vocacional, o juvenil-vocacional. ¿Nos preocupa también, y especialmente ahora, la “pastoral de la fidelidad” a la  vocación recibida?

Lo cristianos recibimos una bellísima denominación: “LOS FIELES”. ¡Ese es nuestro nombre: “los fieles cristianos”! Hoy quiero hablar de “los fieles religiosos”. Acaban de darnos unas encuestas preocupantes sobre el número de abandonos dentro de la vida consagrada en los últimos años. Esa estadísticas admiten muchas explicaciones, pues se trata de la fidelidad de los religiosos europeos, pero también americanos, africanos, asiáticos, de Oceanía… En todo caso, creo que es necesario que contemplemos nuestra situación con serenidad y sabiduría para comprenderla y también para salir del atolladero.

La pastoral de la fidelidad es una tarea urgente. Esa pastoral está llamada a presentar la fidelidad como Buena Noticia en la cultura del “amor líquido”, y a señalizar el camino existencial de la fidelidad con señales de alarma, para evitar los accidentes.

Fidelidad: buena noticia en la cultura del “amor líquido”

Lo hemos escuchado muchas veces en estos últimos años: nos encontramos en la “sociedad líquida”. Es un rasgo de la pos-modernidad. No estamos en la cultura de los compromisos definitivos, de las obligaciones hasta la muerte.

Es bueno que percibamos la fluidez de la realidad. Es inteligente vivir como quienes hacen surfing: siempre preparados para afrontar olas imprevisibles. Todo es líquido en el surfing, menos la tabla. Esa es la base que permite danzar, desplazarse sobre las olas. Esa es la tabla de salvación. No somos personas condenadas a ahogarnos en la sociedad líquida. Necesitamos de una cierta solidez que nos permita encontrar la razón de nuestra vida.

Hoy se nos pide fidelidad en el comercio, en el deporte, en los medios de comunicación, en el mundo de las empresas. Hay personas que se glorían de su fidelidad a las banderas, a “los colores”. Las iglesias hablan también de sus “fieles” -aunque a veces de forma muy genérica.

La diferencia en unos casos y otros es -para seguir con la imagen del surfing- la tabla sobre la que nos deslizamos sobre las olas. Jesús le pidió una vez a Pedro que surfeara sobre las olas. Pero ¡se hundió, porque dudó! Su tabla no era la fe. La fe es la confianza que ofrece la tabla que nunca falla, pero que requiere también en nosotros un arte de permanente adaptación y equilibrio sin perder nuestra posición.

Sociedad líquida y fidelidad son compatibles. La fidelidad se reajusta a las circunstancias. La fidelidad se basa en la promesa de un Dios que nos es fiel, que ha establecido con nosotros una Alianza sin vuelta atrás: “¿quién podrá separarnos del amor de Jesús, el Cristo?”. Es como un lazo invisible de seguridad, que nos promete ayuda, cuidado, salvación en los momentos en que las olas amenacen tragarnos. Ese lazo invisible nos anima a seguir danzando esperanzados sobre las olas, mientras nos dice: “No temas, estoy contigo”. Por eso, la fidelidad es, ante todo, diálogo, escucha, verificación constante de contacto con esa “misteriosa torre de control”. Fidelidad es conexión también con la “tabla”, esa realidad humana que nos ha sido entregada como don (una persona, una comunidad, una congregación, una iglesia, una humanidad, una tierra). Nuestra fidelidad a Dios está siempre ligada a otras fidelidades, se encarna en ellas, en ellas se sacramentaliza. En la vida consagrada conectamos nuestra fidelidad a Dios, con nuestra fidelidad a los hermanos o hermanas de nuestro Instituto, de nuestra comunidad. Se trata de una alianza multilateral y que, por eso, se expresa de muchas formas.

La fidelidad crece en la medida en que crece nuestra fe. Lo contrario sucede con la infidelidad. Pero también hay que decir que la fidelidad crece en la medida en que los otros creen en nosotros (“quien te cree, te crea”); y decrece por todo lo contrario. Es digno de fe quien cree en tí: la comunidad, la institución que cree en tí. La fidelidad es la respuesta a una Alianza. Tenemos la convicción de que nuestro Dios “cree” en nosotros y que mantiene su fidelidad. Pero ¿ocurre lo mismo con nuestros hermanos o hermanas de comunidad? ¿con las instituciones eclesiales o congregaciones y quienes las lideran? La respuesta fiel se ve amenazada no solo por nuestros demonios interiores, también por los demonios exteriores. Pero tales amenazas, no deben causar pánico: son transitorias y es fácil esquivarlas, cuando el surfing se realiza bien situados en la tabla y con el lazo invisible.

Señales de alarma

La pastoral de la fidelidad tiene hoy una tarea importante: señalizar el camino de la fidelidad en la sociedad líquida. Esas señales alertan de los posibles peligros y dificultades. Yo me atrevo a insinuar algunas señales de alarma.

Cuando en mí prevalece la crítica, el chismorreo, el permanente desacuerdo sobre todo: estoy entrando en un proceso de desequilibrio interior y exterior; estoy perdiendo el control; pierdo la fe en la realidad en la que me encuentro; no hago nada para mejorarla, porque me parece que no tiene solución: lo único que me queda es la queja, la murmuración. Esta situación va minando mi vida y abre la puerta a “otras alternativas”.

Cuando por cualquier causa -que, además justifico- no asisto a los actos comunitarios, especialmente de oración comunitaria, o si asisto, es siempre con displicencia hacia la forma de realizarlos: desconectarse de la comunidad orante y confesante es como prescindir de esa “tabla” que Dios pone a nuestra disposición para mantenernos en medio de las olas. La comunidad litúrgica, orante, nos muestra la permanente fidelidad de Dios a su pueblo, a su comunidad, a cada uno de nosotros. Siempre en ella, a pesar de nuestra pobre mediación, Dios realiza sus milagros, el Espíritu concede sus inspiraciones y comunica sus energías. Quien no participa de la comunidad litúrgica y orante desvitaliza su fe, socava poco a poco su fidelidad.

Cuando se va apagando el fuego apostólico y profético: cuando me convierto en un mero trabajador o empleado “religioso”, cuando me siento únicamente miembro de una institución que me da trabajo y alimenta, pero no me interesan sus proyectos, sus sueños; cuando ante cualquier propuesta de cambio, de re-organización, me muestro cansado, escéptico, negativo. La fidelidad crece cuando siento dentro de mí el fuego que hacía arder el corazón de los apóstoles y profetas y los lanzaba a una misión apasionada de testimonio y servicio del Evangelio.

Cuando busco mi consuelo ante los problemas de la vida en entretenimientos, en curiosidades vanas, en la superficialidad de una sociedad ansiosa siempre de “novedades” sin fuste: me decía mi padre cuando fui al seminario algo que nunca olvidaré: “cuando tengas dificultades, problemas, hijo mío, ¡mucho sagrario y mucho estudio!”. Y con ello me dio un sabio consejo: la confianza absoluta y la amistad inconmovible con Jesús-Eucaristía es la fuente de todo consuelo, de todo equilibrio, el punto para recuperar la energía perdida; y, por otra parte, el estudio, el afán por hacer crecer nuestra “inteligencia”, por entender y captar la realidad “desde dentro”. No basta con implicarse en la misión; hoy necesitamos implicarnos en ella de una manera “inteligente”. Quien no lo hace se defrauda, se desentiende, se vuelve mero funcionario. Pierde la mística.

La infidelidad también acosa a las comunidades, a las instituciones de la vida religiosa y al liderazgo. No es lo mismo un pastor que un mercenario, nos dice Jesús. No es lo mismo un redil, que una cárcel. No es lo mismo un tribunal de mutuas acusaciones que una comunidad. También la fidelidad de las comunidades, de las instituciones y de nuestros líderes a cada una de las personas que las forman o les han sido confiadas es un elemento estabilizador en la sociedad líquida. ¿Qué decir cuando la persona es reducida a mero número, a una pieza que se mueve de acá para allá sin consideración, cuando hay discriminaciones e injusticias? Ahí tenemos una pastoral mercenaria de la infidelidad.

Cuando todo esto sucede ¿no se está ya quebrando la fidelidad? Estas “actitudes vitales” desequilibran tanto que en un momento u otro se producirá la caída, la absorción en las olas de la sociedad líquida. Poco importa que sea dejando la institución o quedándome dentro.

La pastoral de la fidelidad es hoy más necesaria que nunca. ¡Qué bello sería recuperarnos para ser dignos de nuestro auténtico nombre! ¡Fieles cristianos! ¡Fieles religiosos!