A veces, cuando menos te lo esperas, la vida (y Dios en ella) nos hace algún “guiño” que te saca de tus pensamientos. Eso me pasó el otro día, cuando caminaba cerca de la Catedral de la Almudena y, en un semáforo, me encontré con esta frase: Estás en mi lista de sueños cumplidos.
No sé quién lo escribió ni a quién le dirigía este mensaje, pero a mí me vino a la cabeza que muy bien podría estar dicho por Dios para cada uno de los que estábamos ahí, pacientemente, esperando que el semáforo se pusiera en verde. ¡Cómo cambiaría nuestra forma de vivir y si nos creyéramos de verdad que somos para el Señor un sueño que promete cumplirse! Y no porque lo vayamos a lograr nosotros a golpes empeño, voluntad o “buenos propósitos” de comienzo de año, sino porque “el Jefe” está decidido a ello y es el único capaz de cumplir hasta los sueños que no nos atrevemos a imaginar.
Y es que, donde nosotros sólo vemos lo que nos falta, la talla que no damos y nuestra torpeza para amar como somos amados, Él está contemplando ya el germen de lo que estamos llamados a ser, lo que está empeñado en sacar de nosotros… como el artista que vislumbra la estatua atrapada en un bloque de mármol. Cuando veamos cara a cara al Amor, nos reconoceremos como sueños cumplidos de Dios (cf. 1Cor 13,12).