De 10 leprosos que Jesús dejó limpios solo uno de ellos, un samaritano, volvió para darle gracias. 1/10 es una proporción muy baja y, en este caso, al ser samaritano el único que vuelve es también escandalosa.
Un extranjero, alguien para quien no está abierta la salvación porque no pertenece al pueblo elegido, es el único que pone en sus labios la dicha del reconocimiento de lo que es regalado sin merecimiento.
Algunas veces también nos pasa algo parecido. Nuestra boca se convierte en pedigüeña (y es lógico porque lo necesitamos y reconocemos con ello que somos menesterosos, que solos no podemos). Pero se nos olvida que la actitud fundamental ha de ser la del agradecimiento. Si nos pusiéramos a contar los regalos de Dios y de los demás a lo largo de una jornada nos quedaríamos sorprendidos. Suelen ser regalos pequeños que por la cotidianidad nos pasan desapercibidos. Caemos en la cuenta cuando un buen día nos faltan: la salud, el cariño, el trabajo, el sueño, las sonrisas, las caricias… Es entonces cuando pedimos.
Ojalá que cada día sepamos decir gracias, que sea la palabra que rebose de nuestro corazón y que se convierta en una actitud. Quién es agradecido percibe la existencia como un don sin medida y no exige porque sabe que nada le pertenece, que todo es regalo del Padre que cuida de los lirios y de los pájaros y de personas que son hermosamente providentes con su sola presencia.
Gracias