Conforme se acerca el final del año litúrgico se nos van desgranando evangelios también de fines. En este caso del fin del mundo y de la llegada del hijo del hombre.
Estos contextos apocalípticos, también propios de Jesús, siempre suscitaron en algunas personas la búsqueda de los signos que lo anuncian. Esas imágenes de catástrofes naturales o humanas, inicios del gran cataclismo. Suele venir asociado, lo dice el mismo evangelio de hoy, a la llegada con poder de ese hijo del hombre para juzgar.
Poder, signos de destrucción, juicio, miedo… Son un buen caldo de cultivo para excesos milenaristas o sectarios, cuando menos para una buena peli de ciencia ficción.
El fin de los tiempos tiene signos que lo acompañan y hoy hay muchos profetas de calamidades que los siguen anunciando por doquier, dentro y fuera de la Iglesia. Y todos, en cierto modo, quieren tirar provecho de ese juego de adivinos o visionarios. Porque suelen ponerse en el lado de los buenos en ese juicio que se imaginan y que ya no tardará en llegar. Buenos llamando a buenos, en una bondad de miedo.
Yo creo que se olvidan de tres cosas fundamentales:
- Que el juicio será de los benditos o malditos que reconocieron o no a Jesús en sus hermanos más pequeños, es decir, si lo vistieron, visitaron en la carcel o en el cabecera de la cama de hospital (allí donde tengamos la suerte de tenerlos), si le dieron de comer, si lo acogieron cuando tuvo que huir de su país… Todo ello al mismo Jesús. Y esto puede dar miedo o no, si se hace o no.
- Que los astros son de lo más hermoso de la creación y hemos de disfrutar de ellos y dejar a las generaciones futuras la posibilidad de hacerlo. Y ello no tiene tanta necesidad de oráculos tenebrosos como de gestos concretos de una vida que busque más el decrecimiento que el crecimiento.
- Que el único que conoce el día y la hora de este final es el Padre. Ni siquiera el Hijo, que si bien su palabra no pasa, sí que se equivocó (o lo equivocaron) en la predicción de que sus coetáneos no pasarían antes de ver cumplido todos esos signos.
Si queremos sigamos escrutando, pero sabiendo que solo el Padre conoce el día y que la misericordia se sigue riendo del juicio.