¡Solo el amor da vida!

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Esta semana queda marcada de duelo por el naufragio, en aguas de Terranova,  del pesquero Villa de Pitanxo.

En el mar, vidas truncadas, sueños rotos.

En tierra, otras vidas que se llenaron de lágrimas, otros sueños que se hundieron, como si, en tierra y en el mar, la desgracia fuese la herencia que nos estaba reservada, como si la desdicha tuviese la última palabra sobre nuestras vidas, como si hubiésemos nacido para subir a ese calvario.

En los calvarios no caben preguntas: ninguna tendría respuesta.

En los calvarios la muerte, no se lleva sólo a los seres queridos, se lleva también las esperanzas.

En los calvarios la fe se queda sin palabras, se refugia en el secreto del corazón, y Dios se muestra Dios ausente, Dios escondido, Dios misterio.

Pero en los calvarios, precisamente allí donde parece que todo termina, es donde el amor se manifiesta más fuerte que la muerte, donde se hace natural la ternura, donde se contagia la compasión.

“El amor no falla nunca”.

Puede que no lo hayamos pensado, pero el hecho es que, si hoy lloramos por esos hermanos nuestros que han muerto, por los que han desaparecido, por quienes sufren más de cerca el dolor atroz de esas ausencias, es porque nos une a todos ellos un misterioso lazo de amor, es porque de algún modo, por el amor, todos vivían, viven aún, en el corazón de quienes los lloramos.

El amor da vida.

Y ésa es nuestra forma humilde de decir que el amor resucita.

Ese poder de resucitar, hace del amor nuestra forma de ser.

De ahí que el de amar sea el mandato que a todos se nos da: “Que os améis unos a otros como yo os he amado” –dice el Señor-. Amad: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien… bendecid… orad…”. Así seréis hijos del Altísimo que es bueno con los malvados y desagradecidos”.

Ahora, Iglesia cuerpo de Cristo, ya puedes considerar en todos los calvarios ese otro amor del que el nuestro es apenas un oscuro sacramento: considera el amor con que Dios ama, el amor que es Dios.

Lo reconoces presente en el calvario de Jesús de Nazaret: allí es amor que todo lo abraza, todo lo redime, todo lo llena de vida.

Lo reconoces en todos los naufragios, en todos los caminos, en todos los silencios, en todas las soledades, en todas las cruces de la humanidad.

“Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, la hermana de su madre”… Y tú sabes que allí también estaba Dios, allí estaba su amor.

Junto a la cruz de Jesús estaba el que es compasivo y misericordioso, amor que perdona, que cura, que rescata, que colma de gracia y de ternura.

Junto a la cruz de Jesús, en los calvarios de toda la humanidad, estaba –está- el amor que resucita, el amor que es Dios.

Ése es el amor que hoy nos acoge en la Eucaristía: a los que lloramos, a los que esperamos, a los que amamos, a cuantos queremos hacer del amor una forma de dar vida.

¡Solo el amor da vida!