Si, preocupados. Así tradujo las consideraciones del artículo, “Sobradamente preparados” María del Carmen Jiménez, religiosa Hija de Cristo Rey, en el encuentro que tuvimos en su casa fundacional en Granada. Reflexionábamos sobre los religiosos que andamos por la “cuarentena” de nuestra vida; que no por enfermedad, sino por años. Y lo hizo preocupada, intentando hacernos comprender su cariño y sus miedos aunque a nosotros -metidos en la vorágine vital- nos pasen inadvertidos.
Porque es cierto que nuestros mayores nos quieren, y a la vez se reconocen como una carga para los “jóvenes”. Mayores de setenta u ochenta años que siguen al pie del cañón en tantas guarderías, comedores, acogidas, sacristías, cocinas y capillas. Y para los que siempre seremos jóvenes, aunque tengamos la edad de Moisés al salir de Egipto.
Están sobradamente preocupados porque nos ven intranquilos e inquietos por terminar, cuanto antes, la oración comunitaria pues a lo siguiente ya no llegamos. Abstraídos y pensativos, en los retiros y en las reuniones comunitarias a los que logramos asistir. Turbados, por la cantidad de decisiones que hemos que tomar en el equipo directivo, en el consejo pastoral, la reunión de coordinación, de formación, de gobierno provincial…
Están sobradamente preocupados porque nos mostramos ansiosos e impacientes, por la lentitud de los ritmos comunitarios. Desvelados, por no saber cómo afrontar un tema del que tampoco hablamos por no preocupar. Insensibles, ante las tareas sencillas de la casa y los problemas cotidianos de la parroquia. Agobiados, por tener que ir al hospital a recoger el informe diario del hermano enfermo cuando tenemos a nuestro padre o a nuestra madre a merced del cuidado de nuestra hermana… ¡si la tenemos!
Y así nos ven nuestros mayores. Ocupados antes de tiempo. Luchando por sostener lo que un día se nos va a caer sobre la cabeza y no va a reparar en sentimientos. Renunciando al descanso por hacer rentables casas y obras. Y como nos quieren, y no pueden seguirnos, no saben bien qué hacer.
San Bernardo, en 1145, escribía a un monje joven amigo suyo que había adquirido una nueva responsabilidad: “Me preocupo por ti constantemente. Temo que estés tan atrapado en tus numerosas preocupaciones que no veas el modo de escapar y, por tanto, te endurezcas… Es prudente, que te apartes de vez en cuando de tus problemas antes de que estos te arrastren y te empujen hacia donde no quieras ir… Si ahora no estás alarmado, tu corazón ya está allí”.
No esperemos a que la vida nos dé un revés y nos perdamos cuarenta años por el desierto, para descubrir que nuestro trabajo es sólo un medio para vivir como hermanos.
Por eso, a partir de hoy valoremos la pensión que cada uno recibe y de la que acabamos comiendo todos, fijémonos en la cena que nos dejan en el “office” de la cocina -tapada con un plato- para cuando aparecemos. Agradezcamos la luz encendida del pasillo en la madrugada, la ventana cerrada de mi cuarto porque se puso a llover, el café en el termo para cuando necesite espabilarme y la visita de un hermano, a mi cuarto, cuando más jaleo tengo.
Por eso, a partir de hoy aprendamos la confianza de nuestros mayores en la Providencia de Dios. En ese cuidado especial que el Padre les depara entre pastilla y pastilla, entre rosario y rosario y entre sueño y sueño. En esa sabiduría sana que les hace ver, al final de sus días, que son más importantes las personas que las casas fundadas. Y nosotros, los “jóvenes”.