La celebración de la institución de la eucaristía, del servicio sacerdotal y del amor fraterno va a ser sin poder comer ni beber el pan y el cáliz de la vida, para la gran mayoría de los cristianos.
No hay pan pero si hay Cuerpo. No hay comida pero sigue habiendo lavatorio, quizás hoy más que nunca.
No hay pan que comer, no hay cáliz que beber. En el mejor de los casos imágenes para ver y para recordar lo que antes hacíamos, en ese antes que ahora nos parece lejanísimo antes del Covid-19.
Cuerpo partido y entregado en tanta generosidad de personas (millones en este mundo) que renuncian a salir por cuidar a los demás. De personas (millones en este mundo) que nos cuidan al resto desde hospitales, camiones, supermercados, limpieza, seguridad, repartos, laboratorios, cementerios…
Millones de personas que son y somos cuerpo de Cristo (para los que tenemos la suerte de creer) o solidaridad hermosa para los demás.
Millones de personas que ejercen su sacerdocio (el de todos) como servicio, que es la única manera de entenderlo desde la jofaina y la toalla de hoy y de siempre.
Millones de personas que son y somos amor fraterno, entendiendo al hermano y la hermana como el cercano y el lejano, en este Cuerpo extendido de Jesús pan, jofaina y (mañana) Cruz (hoy también).
No tenemos Pan, pero tenemos Cuerpo. Tenemos la mejor comunión que podríamos esperar en un Jueves Santo. La comunión de millones de personas de todo el mundo que somos pan, sacerdotes, Cuerpo y Lavatorio, sin quererlo y queriéndolo.
No lo elegimos, pero lo transformamos. Plena eucaristía.