Este domingo celebramos el día de la eucaristía, la herencia palpable de la carne de Jesús actualizada por el Espíritu en esa otra carne creyente que es la comunidad.
Eucaristía-caridad que desde el principio se entiende como servicio y como autodonación total. Pero una perspectiva que suele pasar desapercibida es la generosidad con la que Dios se nos da. En una medida rebosante, llena, sin límites… Es la «sin medida» de unas sobras que se recogen después de haber saciado y curado a un gentío anhelante del Reino. Es la plenificación de la esperanza que solo puede ser colmada en el amor desparramado de una semilla que se lanza sin importar zarzas o pájaros, con eso ya se cuenta…
Eucaristía-caridad que va más allá de la mera solidaridad porque se regala de parte del exceso de la pérdida colmada de las Bienaventuranzas. «Felices» que ponen patas arriba la sociedad porque el criterio no es el cálculo eficicacista sino el derroche generoso, que no busca el interés personal sino la pérdida en comunidad donde no nos afirmamos en contra de los demás sino en el amor del fundamento primero: «No fuisteis vosotros los que amasteis a Dios, sino que Dios os amó primero»
Eucaristía-caridad