La presencia de la resurrección en nuestras vidas se suele limitar a un futuro gaseoso, a un deseo de esperanza no palpable en el aquí y ahora.
Quizás deba ser así, pero en el relato evangélico de hoy el mismo Jesús nos da pistas de un ahora cierto.
En primer lugar los discípulos estaban relatando su encuentro con el que parte el pan. Comunión resucitada que actualizamos en cada eucaristía, signo palpable de lo que vendrá.
En segundo lugar la frase de resurrección: «Paz a vosotros». Siempre el mismo saludo que llega a todos los recovecos de nuestra existencia en medio de luchas y prisas.
En tercer lugar la pregunta del Nazareno por nuestras dudas. Siempre lícitas y comprensibles porque nos movemos en el claroscuro de la vida. No es un reproche. Más bien una pregunta que va al centro de nuestra existencia y que nos sitúa en el centro mismo de nuestra fragilidad para fortalecerla con recuerdos actualizados de salvación.
Y, en último lugar, la carne con las marcas de la pasión por la vida de Jesús que permanecen restañadas por toda la eternidad amorosa en Dios. Agujeros de manos y costado que nos muestran las heridas de nuestras vidas y la capacidad de sanación de la Buena Noticia. La carne glorificada que no pertenece al terreno mitológico de los fantasmas sino a la experiencia sutil del poder de la Vida que misericordiosamente somete a nuestras muertes.
Felices resurrecciones cotidianas