SIETE ESTRELLAS EN EL ESPACIO DE LA PALABRA (PROPUESTA DE RETIRO)

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(Pilar Avellaneda). Entre leer un libro cualquiera, y leer la Biblia, existe la misma diferencia que entre respirar el aire de la patria y vivir en tierra extranjera. La Biblia constituye nuestro horizonte familiar, cada día nuestro oído queda colmado de sus ecos, del mismo modo que la concha conserva el sonido del mar, aunque esté lejos de él. Pero corremos el riesgo de adormecer nuestro oído en la costumbre, perdiendo la capacidad de asombro ante la voz de Dios que me habla en los textos.

La Palabra de Dios es capaz de abrir nuestros ojos, para permitirnos salir del duro individualismo que –como una soga al cuello– conduce a la asfixia y a la esterilidad; nos manifiesta el camino del compartir y de la fraternidad en la verdad1; nos hace contemporáneos de las personas con las que nos encontramos, sin sentirnos ajenos a los sufrimientos de cada hombre; nos libra de la tentación de caer en nostalgias estériles por el pasado o en utopías desencarnadas hacia el futuro2.

Todos estos peligros nos acechan, pero para evitarlos tenemos en la Biblia las siete estrellas de la Palabra, que veremos en este retiro. Estamos en un tiempo propicio para cavar pozos en los textos bíblicos, qué mejor momento que este mes de Enero, en el que celebramos el “Domingo de la Palabra de Dios” (III Domingo TO).

La Biblia no es un compendio de teorías, es un libro de encuentros vitales, donde se desarrollan toda clase de acontecimientos de la existencia humana. Celebrar la Palabra es festejar la vida. Acerquémonos, pues, a la vida del pueblo de Israel, al momento de la vuelta del exilio de Babilonia. Todo se había desmoronado: la ciudad, el templo, las murallas…Todo estaba por reconstruirse. Solo quedaba un edificio en pie: la Palabra de Dios, que dio contenido y sostén a aquellos duros tiempos. Quizás no estamos ahora lejos de ellos.

 

La vuelta a Jerusalén (Neh 1-7)

El libro de Nehemías nos narra el regreso a Jerusalén de los exiliados. Se inicia el relato con una sentida oración a Dios, entre ayunos y lágrimas, de Nehemías por su pueblo. Tras de la cual, pide al rey Artajerjes le permita volver a Jerusalén con sus hermanos para reconstruirla, a lo que el rey accede.

El espectáculo desolador que ve al llegar: murallas caídas, puertas y torres quemadas… le impulsa a hablar con todos los judíos, sacerdotes, y responsables que estaban allí, y comenzaron la reconstrucción.

Se encontraron con muchos obstáculos, y burlas de quienes intentaban descorazonarlos, diciendo: “¡De un montón de escombros cómo van a reconstruir la ciudad, el templo, las murallas!” (Neh 3,33s). Pero ellos ponían en Dios su confianza: “¡Oh Dios, escucha cómo nos desprecian! ¡Haz que sus insultos se vuelvan contra ellos!” (Neh 3, 36s). Y sin perder tiempo se ponían manos a la obra. Fue una difícil empresa frente a tantos enemigos, pero Nehemías les alentaba: “¡No les temáis! ¡Acordaos del Señor!”(Neh 4,8).

De noche trabajaban de centinelas, de día en la obra (Neh 4,10). Cuantos más intentos hacían los enemigos para que dejaran el trabajo, más ánimo cobraban ellos (Neh 6,9). Hasta que reconstruyeron la ciudad, hicieron un censo, y fueron llegando de todos los lugares por donde habían sido dispersados, para habitar la ciudad de sus padres (Neh 7). En tiempos recios solo el tesón y la paciencia hacen avanzar.

Esta era solo la restauración externa, pero el alma del pueblo era más difícil de reconstruir. Tenían las lámparas apagadas. Por eso, una vez terminada la restauración de la ciudad, el pueblo entero se reunió el día primero del mes séptimo en la plaza, frente a la Puerta del Agua, para lo que podríamos llamar una lectio pública. Con ella, el pueblo descorazonado y desalentado, fue introducido en la fiesta.

En tiempos difíciles, como los de Nehemías y no menos los nuestros, no es posible un resurgir sólo con una restauración externa de murallas y baluartes. Se necesita renovar el alma de los consagrados para vestir el traje de fiesta.

Los pasos nos los da Nehemías y Esdras. Asistamos a esta convocación de toda la asamblea de Israel en la plaza.

 

Una Lectio pública frente a la Puerta del Agua

Todos sabemos que hay ocho movimientos esenciales en la praxis de la lectio divina: la statio o preparación, la lectio o la lectura reposada y laboriosa del texto bíblico; la meditatio o reflexión cordial, en escucha atenta a la voz divina que me habla; la oratio o la respuesta personal en diálogo con Dios; la contemplatio o nueva mirada para ver todo; la discretio o discernimiento en las opciones de cada día; la collatio o coloquio comunitario, del que emerge la sabiduría del grupo; y –finalmente– la actio o testimonio, una vez transformada en elección de vida la Palabra escuchada, meditada y orada.

Pero este método podemos sorprendentemente entreverlo perfilado en la Biblia, en el libro de Nehemías (Neh 8), donde se nos describe una lectura de la Palabra comentada o partida ante toda la comunidad. Lo que hoy podríamos llamar una lectio pública o una collatio. Retirémonos hoy con este texto y entremos en él. Paseemos juntos por Jerusalén, atentos a los mensajes que surjan a cada paso.

 [Lectura de Neh 8,1-16]

Estamos en torno al año 445 a.C. al volver del exilio de Babilonia3. Es un amanecer otoñal, y toda la comunidad es convocada en la plaza frente a la Puerta del Agua. Hombres y mujeres, todos cuantos son capaces de entender, convergen hacia aquel espacio, donde sobre una tarima se eleva en el centro el escriba Esdras, rodeado de las autoridades religiosas. En la mano lleva el rollo de la Torá. Es una lectura solemne y comenta­da por trece levitas, que parece transformarse casi en una especie de retiro espiritual, “desde la mañana hasta me­diodía” (Neh 8,3).

Esdras abrió el libro de la Ley, y toda la asamblea se puso de pie. El rito se inicia con una bendición al Señor, y todo el pueblo adoró al Señor, rostro en tierra (Neh 8,6). A partir de este momento, vamos a subrayar siete elementos, que consti­tuyen casi una constelación de hechos, que hay que llevar a cabo para que se produzca una escu­cha plena y eficaz de la Palabra de Dios4.

Estos siete elementos o estrellas se distribuyen a lo largo de dos movimientos.

A.- El primer movimiento es de índole racional, se trata de la comprensión de la página bíblica, extrayendo su sentido literal y espiritual, captando su mensaje. Y el autor recoge los tres actos destinados a esta comprensión de la página bíblica:

– Comienza con la “lectura del li­bro de la Ley de Dios por pasajes distintos”, un acto tan relevante que debía ejercerse con competencia y de­licadeza, entre otras razones porque es el primer desvelamiento de la Palabra, y la lectura debe llegar al corazón de todos.

– El segundo elemento es la “explicación del sentido”. Se trata de un comentario sabio, que abra los secre­tos de la Escritura en sus sentidos literal, pleno y espiritual. Es bueno buscar paralelos o contacto con otros textos de la Biblia, para descubrir los seten­ta rostros de la Torá –que decían los rabinos–, por eso es necesario un encuentro asiduo y reiterado con el texto.

– La tercera, y última fase de este primer movimiento, es su fruto final: “comprender la lectura”, una comprensión que evoca un conocimiento inteligente, pero también “sabroso y sabio”. Como sabemos, el auténtico “conocer” bíblico implica el aspecto intelectivo, volitivo, afectivo y efectivo, convirtiéndose así en una experiencia global, que tiene su culmen en el conoci­miento amoroso de Dios y su adhesión a Él.

Leer, explicar y comprender son, por consiguiente, las tres primeras estrellas que se encienden en el cielo de la acogida de la Palabra de Dios. Ella tiene el poder de ablandar los corazones endurecidos por el sufrimiento o el desencanto.

B.- Se abre ante nosotros el segundo movimiento, que comprende cuatro actos de índo­le existencial. El texto dice que todo el pueblo “tendía el oído” al libro de la Ley (Neh 8,3), y que escucha­ban las palabras de la Ley (Neh 8,9).

– El primer gesto interior es, por consiguiente, la “escucha”, que es mucho más que el mero oír es adhesión obediente y gozosa (Dt 6,4). Y esto solo es posible si el oído está abierto, o como dice el orante literalmente: “agujereado” (Sal 40,7), evocando la oreja perforada del siervo que tiene dueño. Es una escucha de quien acepta ser servidor del que le habla.

– El segundo acto vital, que dice el texto es que: “Todo el pueblo lloraba al escuchar la palabra de la Ley” (Neh 8,9). Es el llanto de una asamblea que desea volver al Señor, no solo restaurar Jerusalén, sino volver a restaurar la alianza con Dios, hasta el punto de que Esdras les exhorta diciéndoles: “¡No estéis tristes ni lloréis!” (Neh 8,9). Este es un día consagrado al Señor que ha alentado nuestros trabajos. Es un gozo tener un corazón quebrantado por la Palabra de Dios, volver humildemente al dueño de la Vida y experimentar su acogida a toda la asamblea.

– Y de la conversión comunitaria al Señor, procede el amor, que mueve las manos en actos de caridad. Es el tercer momento de la adhesión a la Palabra de Dios. El escriba y sacerdote Esdras invita al gozo y al compartir fraterno: “Id, comed buenos manjares, y bebed buen vino, e invitad a los que no tienen nada preparado” (Neh 8,10), y

–con la docilidad de un niño pequeño– el pueblo cumple inmediatamente la exhortación, levantándose del llanto, invitando a otros, y dando muestras de una gran alegría, por­que habían entendido las palabras que les habían enseñado (Neh 8,12). La escucha abre la puerta, cerrada por el egocentrismo, al gozo de la caridad. Con ello el pueblo pisa una tierra nueva, una tierra en fiesta, y estrena un corazón nuevo, lleno de la alegría en el Señor.

– Inmediatamente después nos encontramos con el cuarto y último elemento, la fiesta, “pues este día está consagrado al Señor” (Neh 8,10). Nos hallamos en el día anterior a la fiesta de las Tiendas, memorial de la morada de Israel en tiendas durante la marcha hacia la tierra prometida, una tierra que ya habitaban. Es el momento de dejar que corra el agua fresca del gozo, que viene de ver la acción de Dios en la historia y transmitirlo a todos.

La celebración de esta “lectio pública”en la plaza, frente a la Puerta del Agua preparó a entrar en la fiesta, por eso Esdras les dice: “Id al monte y traed ramos de olivo, de olivo silvestre, de mirto, de palmeras y de otros árboles frondosos para hacer cabañas, como está prescrito en el libro de la Ley” (Neh 8,15).

Termina el autor diciendo: “Y la alegría fue inmensa” (Neh 8,17). Sí, la alegría brota en tiempos recios gracias al don de la Palabra de Dios, que es una ventana abierta a la eterna fiesta de Dios, por ver volver a sus hijos cada día.

Hagamos resplandecer ahora estas siete estre­llas que iluminan el itinerario de la lectio divina: leer, explicar, compren­der, escuchar, convertirse, actuar y celebrar, una andadura que se convierte en una dulce lucha con la Palabra de Dios, lucha más gozosa que toda paz5. Si en el primer movimiento está implicada la mente con la racionalidad, el conocimiento y la compren­sión, en el segundo los oídos, los ojos, las manos y el corazón en fiesta se unen para reconocer que “la Palabra de Dios es solidez de la fe, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual” (Dei Verbum, 21).

Pero para que una escucha sea profunda, esté llena de la Palabra de Dios, y desemboque en celebración, es necesario crear un halo de silencio “blanco”, que no es mera ausencia de sonidos. Es un silencio que alberga en su interior un mensaje, como le ocurrió al profeta Elías en el Sinaí, cuando Dios no se le manifestó en el viento impetuoso y fuerte, que hiende los montes y rompe las rocas, ni en el terremoto, ni tampoco en el fuego. Dios se le reveló con la misteriosa palabra del silencio, qól demamah daqqah, “voz de silencio sutil”, simi­lar también al “susurro de una brisa ligera” (1Re 19,12).

Tratemos, pues, de envolver nuestra lectura personal de la Biblia –en este día de retiro– en la aureola del silencio, hagamos silencio antes de escuchar la Palabra de Dios, para que nuestros pensamientos estén ya dirigidos a la Palabra. Hagamos silencio después de la escucha de la Palabra de Dios, por­que esta palabra nos habla aún, es más, vive y mora en nosotros. Hagamos silencio por la mañana tem­prano, porque Dios debe tener la primera palabra. Hagamos silencio al final del día, porque la última palabra pertenece a Dios. Hagamos silen­cio solo por amor a la Palabra.

[1]Cf. Papa Francisco, Carta Apostólica en forma de “Motu Proprio”Aperuit Illis, Roma 30 de Septiembre de 2019, n. 13.

[1] Cf. Papa Francisco, o.c. n. 12.

[1] En el día primero del mes séptimo llamado Tishri que inauguraba un nuevo año.

[1]G. Ravasi, El Encuentro. Encontrarse en la oración, Editorial Verbo Divino, Estella (Navarra) 2014, 173-182.

[1] Este concepto de lucha es desarrollado por el autor me­dieval Ruperto de Deutz en sus muchos comentarios a la Biblia. Cf. Benedicto xvi, Audiencia General Miércoles (9 de Diciembre de 2009) Ciudad del Vaticano.

Sugerencias

Preguntas para la reflexión personal y comunitaria

1.- ¿La Palabra de Dios y su escrutación es la fuente de mi oración diaria?

2.- ¿La preparo rodeándola de silencio y quietud?

3.- ¿Mi escucha de la Palabra es eficaz? Di cuatro signos de esa eficacia.

4.- ¿Mi oído está adormecido o atento, se dispersa en mil preocupaciones o deja una rendija abierta a la “escucha” interior…?

5.- ¿Eres Iglesia “en salida” ante la Palabra de Dios, abierta al soplo del Espíritu, o estás “en retirada” evitando el cara a cara?

6.- ¿Sé esperar con paciencia y confianza la “harina” que me reconstruye hoy como don gratuito de Dios?

7.- ¿Acepto los fracasos de mi sordera ante la Palabra viva, o estoy desencantado y desilusionado ante las dificultades de mi escucha?

8.- ¿Nos dejamos confrontar por la Palabra y entramos en el misterio de la Consolación de Dios?

Elige tres cuestiones para centrar tu retiro. Al final del día es enriquecedor hacer una collatio comunitaria para poner en común lo meditado.