La fe no es creer lo que no se ve, sino saber ver lo que está ahí, pero que no se sabe reconocer. La resurrección ya está dada, hay que saber verla, gustarla, saborearla. La petición de pruebas tangibles choca frontalmente contra la sutileza de Dios. La grosería de un tocar que viola las heridas dolientes de una carne generosa es autosuficiencia y afán de dominación de un Jesús libre que disfruta de su libertad en la Galilea de lo cotidiano.
Si no creemos el testimonio de los que vieron, de los que gozaron de esa pizca de Dios en lo diario y vulgar de un partir y compartir el pan, llegamos a la petición absurda y horrible de violentar la carne del Amado: mi dedo, mi mano. Heridas de amor que son lo más tangible del Dios hombre profanadas por nuestra carne que aspira a la certeza burda de lo que nosotros deseamos que sea la resurrección. Al absurdo egoísta de seguir prolongando nuestras comodidades en lugar de decir sin más: Señor mío y Dios mío.
Si no lo veo…