SI LA VIDA CONSAGRADA NO ES «DESEABLE» ES PORQUE ES INCAPAZ DE OFRECERSE COMO «BELLEZA POSIBLE» (2)

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La fraternidad dice familia, la única capaz de generar y regenerar la vida.

(Rino Cozza, Entrevista [continuación])

¿Qué es realmente importante para que haya una comunidad consagrada?

No es suficiente para nosotros definirnos como una comunidad si esto, en palabras de Bonhoeffer, es una «solidificación de una hipocresía que parece ser un encarcelamiento sin sentido del espíritu». Probablemente Juan Pablo II conocía estas expresiones cuando advirtió contra formas de comunión similares a «aparatos sin alma, máscaras de comunión en lugar de sus formas de expresión y crecimiento», invitándonos a experimentar la comunión con nuestros hermanos en las bases. Ser, cada vez, más realistas y concretos y «saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, sentir sus deseos y atender sus necesidades, ofrecer una amistad verdadera y profunda»7. Solo una vida como esta genera más vida.

Para que esto suceda, dice el papa Francisco, «debemos humanizar nuestras comunidades, cuidar la amistad, la vida familiar, el amor entre ustedes». Ya que el monasterio no es un purgatorio, sino una familia «8.

Entonces, para dar contenido al significado de «vida» son necesarias las relaciones verdaderas, buenas e interesantes que pueden desarrollar el gusto9. A veces, el peligro del tejido de la comunidad es este: no se sabe nada de cada uno (una), presenta una dinámica relacional con Cristo y con los demás tan débil que no provoca querer nada y únicamente parece tener algo que ver con algo organizativo y administrativo, con tensiones sobre la nada, en lugar de con espacios de humanidad serena, que transmita el deseo de encontrarse y frecuentar, en armonía, el servicio mutuo.  «La comunidad –decía con humor el biblista S. Fausti– dura durante la lucha para lavar los platos y termina cuando uno se pregunta a quién toca»10. Por lo tanto, se necesitan formas comunitarias en las que la comunión no se sostenga en grandes palabras sino en el significado de la vida cotidiana, con dinámicas diferentes y temporales adaptadas al contexto (Iglesia, territorio) en el que se vive.

Podemos vislumbrar los nuevos rasgos: no es una comunidad en la que estamos juntos para acumular méritos para la vida eterna, pero sí para apoyarnos de acuerdo con H. Camara: «Si soñamos solos, el sueño tampoco se puede realizar, pero si soñamos juntos, el sueño se hace realidad». Se trata de cuidar las formas en que los miembros se sienten protagonistas y corresponsables de esa forma de ser «comunión comunitaria», en la que cada uno se convierte en auténtica Palabra de Dios. Hoy no hay nadie disponible para la incomodidad espiritual y humana de una vida sin vida marcada por la «anorexia relacional»11. Para mí, estos son los presupuestos que posibilitan la construcción de una comunidad de fe que necesita hombres y mujeres capaces de salir de sí mismos, a sentir que cada uno es sirviente entre sirvientes, libre con libertad, dispuesto a dejarse reconocer  por rostros y no por máscaras.

¿Es posible, entonces, la vida fraterna para los hombres y mujeres consagrados del siglo XXI?

Una señal segura y clara de que la vida consagrada está llamada a ofrecer hoy una vida fraterna «sana» es porque la enfermedad de la fraternidad tiene una fuerza terrible que es capaz de destruir incluso la relación con Dios.

La fraternidad dice familia, la única capaz de generar y regenerar la vida.

La fraternidad, como una experiencia espiritual vivida en conjunto, es también hoy, ciertamente capaz, de expresar elementos de fascinación y agregación con el propósito de un proyecto de discipulado capaz de calentar los corazones.

Solo la fraternidad vive en formas no corporativas. Son formas acogedoras que no están exentas de tomar decisiones en primera persona como respuesta a los desafíos de esta era. Fraternidad donde «líder» no es solo una persona y su papel, sino la comunión, expresada en una vida donde cada uno solicita las fuentes de vida en el otro.

Hoy es urgente anunciar con vida un modelo de existencia caracterizado por la sencillez, la solidaridad, la oración, el trabajo, la benevolencia a la que llegamos al permitirnos las relaciones que surgen del cruce de miradas, preocupaciones, deseos y reflexiones. Una forma de vida «que no produce la perfección de las relaciones, sino que acoge el límite de todos y lo lleva en el corazón y en la oración como una herida infligida por el mandamiento del amor»12.

Es el amor fraternal el que da fidelidad a la vocación, no a la institución.

Es estar disponible para una fraternidad en la que cada uno se hace don y se regocija en el don del otro. «Una deuda mutua y una gratitud mutua mantiene la unidad, y no la recaudación de los derechos de cada uno»13. De ahí la invitación a pasar de una comunidad de «acreedores» a una comunidad de «deudores».

Una fraternidad que no juega a la perfección pero que, como enseñó Jesús, nos ayuda a manejar la imperfección. Es una comunidad que no nos juzga si no hemos alcanzado el ideal, pero nos impulsa a caminar en la dirección correcta sin rendirnos. La cuestión sería hoy  relanzar el Evangelio de la fraternidad sobre nuevas bases, que requieren que asumamos una nueva igualdad y una nueva libertad que facilite la salida de una estructura,ciertamente,burocrática. Hay que inaugurar un espacio evangélico absoluto, un espacio de encuentro entre lo divino y lo humano. Ahí está la verdadera santidad y no en «adornos de virtudes». Y ahí está la verdadera ayuda que la vida consagrada debe prestar a la sociedad y a la Iglesia: hacer circular la savia de la fraternidad a partir de la Palabra de Dios. Establecer una relación fructífera entre el texto y el contexto social, cultural y eclesial.

¿Ofrecemos claramente la libertad consagrada y la gratuidad que decimos vivir?

Uno de los grandes hitos de la reflexión conciliar, escribió el filósofo G. Savagnone, además de liberar el laicismo, es la «libertad libre» en la Iglesia. Libertad, escribió Y. Carar: «es el aire vital de toda relación con Dios, con los demás, con uno mismo». Pero procedemos de un tiempo en el que se desconfía del término mismo. La libertad era detestable porque, como se afirma en la Encíclica Vehementer nos, se consideraba una voluntad de desobedecer por parte de aquellos en la Iglesia que «no tenían otro deber que dejarse guiar». La razón que se dio fue que la Iglesia era por su naturaleza una «sociedad desigual», es decir, una sociedad formada por dos categorías de personas: los pastores y el rebaño.

Hoy, sin embargo, sabemos que «la verdadera dignidad del hombre requiere que no sea simplemente el ejecutor de órdenes, sino que en sus acciones tiene su propio juicio y posee una libertad responsable y debe hacer uso de ella»14.

Se trata de ser libre sin ser independiente, porque en la libertad de conciencia el cristiano está llamado a adaptarse a una dimensión más amplia de sí mismo, en función de un proyecto más amplio: el de la fraternidad, que lleva a orientarse hacia un proyecto de vida que se fundamenta en el anuncio mesiánico: «Da gratis lo que gratis has recibido». La elección guiada por ese amor que nos hace capaces de hacer las cosas solo por la felicidad intrínseca de la acción desprendida del cálculo de costo-beneficio y del dominio del interés porque nace en el corazón. Esa gratuidad da profundidad a la proximidad expresada en ocuparse de los últimos, aquellos que ni siquiera tienen la capacidad de situarse en el circuito de servicios de asistencia social.

¿Qué valoración hace de los procesos de reorganización emprendidos por las congregaciones y órdenes?

El papa Francisco confirmó que «estamos experimentando una fase de la necesaria re-elaboración de todo lo que constituye el patrimonio y la identidad de la vida consagrada»15. Y dijo: «La reforma está dando otra forma».

Para verificar si los institutos religiosos tienen la conciencia de que la verdadera reorientación es solo evolutiva, he examinado las actas finales de catorce capítulos generales recientes. Resumo los resultados en síntesis extrema.

En primer lugar, ocurre que en la mayoría de los actos capitulares analizados, solo unos pocos (dos) empezaron preguntándose «si lo que disfrutamos y ofrecemos hoy para beber es un vino sano y con cuerpo»16. En consecuencia, los capitulares no gastaron demasiado tiempo en la «reelaboración de lo que constituye el patrimonio y la identidad de la vida consagrada»17, es decir, la constelación de modelos, valores y deberes, lenguas, espiritualidad e identidad eclesial»18.

En los informes no faltan expresiones que afirman que «el nuevo vino requiere la capacidad de ir más allá de los modelos heredados», pero no se ha dado ningún espacio para identificar los tejidos culturales y las estructuras históricas que aún abarrotan el campo, lo que dificulta la creación de nuevos espacios.

En todos los informes hay una gran cantidad de proclamaciones, pero son más puntos de vista que programas, por lo tanto, no son capaces de soportar lo nuevo, porque carecen de planificación real. Detrás de abundantes perspectivas nuevas se ocultan muchas palabras que no conducen a objetivos concretos, sino que solo provocan la ilusión de innovaciones donde lo antiguo se disfraza de novedad y lo nuevo parece nostalgia, debido al hecho de que las instituciones necesitan estabilidad.

En particular, llama la atención que no hay proyectos «emancipatorios». Tales son los proyectos cuando hay un paso de un «paradigma» mental a otro, como, por ejemplo, si pasamos de la atención pastoral prevaleciente a los servicios, al ministerio pastoral que muestra más espiritualidad; o cuando uno elige responder a las necesidades no tanto o solo con un desempeño de trabajo, sino con un servicio de crítica social a favor de los pobres, para un verdadero progreso de toda la sociedad, de modo que uno pueda tomar una posición frente a los problemas sociales y estructurales.

Además, los capitulares necesitan una reflexión sobre el servicio de autoridad sobre el cual se gestó el documento Vino nuevo en odres nuevos, hasta el punto de decir valientemente que «el servicio de la autoridad no permanece ajeno a la crisis actual”. Sin embargo, solo dos Institutos se han expresado diciendo que es hora de pasar de las formas jerárquicas-piramidales a las estructuras en «red» con modelos organizativos que no están en contradicción con los casos de fraternidad de los que nació la vida consagrada.

En conclusión, es posible determinar qué hay de verdad en lo que se dice en el documento Vino nuevo en odres nuevos. «La vida consagrada con sus estilos estandarizados –muy a menudo fuera del contexto cultural19 (como en cualquier sistema estabilizado)– tiende a resistir al cambio y se esfuerza por mantener su posición, ocultando a veces las inconsistencias»20. El motivo es estar «acostumbrado al sabor del vino viejo, (para lo cual) uno no está realmente disponible para ningún cambio si no es sustancialmente irrelevante»21.

En este momento, ¿qué es más urgente para la vida consagrada?

Para entregarse totalmente a Dios, la brújula guía no puede ser solo la memoria del pasado y sus teorías, ni siquiera la búsqueda de lo «útil», sino las respuestas, especialmente al «deseo de belleza». Por lo tanto, si el evangelismo no es un hecho verificable como una alegre «buena noticia», corre el riesgo de ser visto como una teoría con rasgos estoico-platónicos, y como tal, incapaz de adoptar casos inalienables de la humanidad que no sean ajenos al Evangelio, incluyendo en particular la alegría, capaz de hacer posible

«existir como una persona satisfecha», escribe Bonhoeffer, a pesar de deseos y necesidades insatisfechas». Es decir, si la forma actual de la vida consagrada no es «deseable»,  se debe a su incapacidad para hacerse percibir como una «belleza posible» y, por lo tanto, deseable. Sin deseos uno no va a ninguna parte: estos son los que ensanchan el corazón y se ponen ansiosos por la investigación. «La consagración no es la ausencia del deseo sino la intensidad del deseo».

Juventud –escribe el teólogo A. Matteo– «se cruza de arriba abajo precisamente por esta pregunta: ¿Cuál es la belleza deseable a la que puedo confiarle una parte sustancial de mi potencial?»22. Es decir, en la mentalidad de la persona contemporánea, como escribe el cardenal Martini, «la verdad implica, cautiva y convence en la medida en que también crea belleza», por lo que nadie se adhiere a un sentido último sino cuando hay fascinación por su belleza perceptible y previsible23. La belleza, dijo S. Weil, es un cebo, «la trampa de la divinidad de la cual el Espíritu se usa con más frecuencia para capturar el corazón»; es adquirir esa atracción de la existencia que abre horizontes inesperados a una alegría, a una intensificación de la existencia diferente, que mejora la vida24.

Es necesario devolver a la vida evangélica su belleza capturada en la alegría que brilla no solo en el «hacer» de los jóvenes, sino en también en la intensidad de las «caras de los ancianos, donde las arrugas parecen una celosía en la que el sol de bondad, de sabiduría está enredado, de comprensión cariñosa»25. Así la persona consagrada, será una buena noticia para los demás, en lugar de ser visto como un personaje del templo, de la ley, de las instituciones.

Por lo tanto, es una vida hermosa, entendida no como un hecho estético sino como un evento de gracia para la plenitud de la vida y para la experiencia de Dios. Belleza que no está dada por los perfiles «sagrado-formal» o «corporativo», sino por saber cómo preservar, aumentar y proponer a todos el estilo de Jesús de Nazaret, con el compromiso de transformar la historia y convertirla en historia de liberación y salvación a través de una relación humana llena de escucha, cercanía y cuánto puede llevar a cabo el Evangelio en la historia. La espiritualidad, además de referirse a lo sobrenatural, es la humanidad realizada de acuerdo con el perfil de Cristo en la vida diaria de las personas.

 

1 J. M. Tillard,  Siamo gli ultimi cristiani?, Queriniana, Brescia 1999, 20.

2 L. Bruni.

3 A. Potente,  E’ vita ed è religiosa, Paoline, Milano 2015, passim.

4 Ib.

5 Emmanuelle Marie, La pazienza del’istante, Ed. Messagero, Padova 2001, 109.

6  Armando Matteo, Come forestieri, Rubbettino, Soveria Mannelli 2008, p. 54.

7 Giovanni Paolo II, Novo millennio ineunte (06.01.2001) n. 43.

8 Francesco: raccomandazione alle Clarisse, Assisi 04.10.2013.

9 L. Bruni.

10 S. Fausti, Sogni, allergie, benedizioni, S. Paolo, Cisinello Balsamo (Mi) 2013, 65.

11 K. Roncalli in Cosacrazione e Servizio, gen. feb. 2013. p. 40*.

12 Congregazione per gli Istituti di vita consacrata e le Società di vita apostolica, Scrutate, Ed. Vaticana 2014, n.13.

13 E. Ronchi, Come un girasole, Ed. Messaggero, Padova 2011, 115.

14 Cf. Dignitatis Humanae.

15 Orientamenti CIVCSVA,  Per vino nuovo otri nuovi, Lev, 2017. n. 9.

16 Ib. n. 9.

17 Ib. n. 9.

18 Ib. n. 9.

19 Ib. n.12.

20 Ib. n.11.

21 Ib. n. 9.

22  Armando Matteo, L’adulto che ci manca, Cittadella Ed., Assisi 2014, 42.

23 Id, 66 ss.

24 E. Ronchi, Tu sei bellezza, Ed.

Paoline, Milano 2008, 56.

25 Id, 77.