Hace muchos años tuve en mis manos el libro Pies de ciervas en lugares altos, de Hannah Hurnard. Una bella alegoría y narrativa dinámica que logró hacerme compenetrar con los lugares y personajes de la historia a medida que transcurrían sus páginas. Allí, Miedosa, la protagonista, rodeada de una familia de lo más particular llamada Los Temerosos (Pesimista, Tenebrosa, Rencorosa, Amargura, Resentimiento, Autocompasión, Malhumorado, Apocado, Malicioso, Cobarde y Orgulloso), desea librarse de ellos para llegar a los Lugares Altos, donde el perfecto amor echa fuera todo temor.
El caminar impaciente de Miedosa, guiada por el Rey-Pastor, la lleva a no entender que las conquistas se realizan entre “subidas y bajadas’ y con muchos imprevistos, hasta sentir que la fe se tensa al extremo. En el Valle de la Pérdida, es consciente que la escalada que había logrado conquistar con tanto esfuerzo, no era la definitiva. El camino incierto lleno de sorpresas, la incomoda, pero nunca baja la marcha.
La historia, por cierto, se despliega largamente, aunque en este momento nos deje de entrada un sabor extraño por los personajes que la acompañan. Después de años, este texto llega a mi memoria, cuando pienso en el caminar de la Vida Religiosa de este tiempo.
Estamos intentando realizar un “ascenso” por el sendero de la reestructuración y la resignificación, sumando en los recodos de la ruta a la “sinodalidad”. Vemos la cima, pero el recorrido cuesta, y es más, el personaje principal de la obra literaria, se nos cuela por los poros. Y no solo tenemos miedo de dar algunos pasos, sino que más de una vez quedamos inmovilizados, porque muchos “parientes” se nos cruzan en la carretera y nos cuestionan el camino.
Hoy más que nunca, debemos aprender a convivir con estos y otros familiares, teniendo por delante el ejemplo del mismo Jesús, quien al finalizar sus “palabras proféticas” en la sinagoga, lo llevaron a una altura escarpada del monte con el deseo de despeñarle para que deje de “inquietar” a los suyos. ¿El final?: “pero él, abriéndose paso entre la gente, se fue” (Lc 4,30). Si queremos llegar a realizar profundos cambios, aunque cueste, no detengamos nunca la marcha, y que la familia de los Temerosos tomen otra ruta. ¡Hagamos que suceda!