Servir es uno de los verbos claves del Evangelio. Servicio entendido desde el amor y desde el olvido de uno mismo. Esto choca frontalmente con los títulos que nos ponen por encima de los demás.
Hoy se habla mucho de liderazgo, de visibilidad, de asertividad… Todo ello está bien siempre y cuando se sitúe en este marco evangélico.
No somos maestros, ni consejeros, somos hermanos con un Padre común que hace salir el sol sobre buenos y malos. Esta horizontalidad de filiación nos iguala y nos sitúa a la misma altura que todos los seres humanos. Es más, solo desde esta humanidad común podemos esbozar el mensaje evangélico que es propuesta y diálogo, y no imposición o paternalismo.
Por ello, las pretensiones de medrar, de ocupar puestos relevantes, de adoctrinar, de controlar conciencias, de condenar… lo nuestro es otra cosa, algo tan sencillo como servir.