SER… PRINCIPIO DE ENCARNACIÓN

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Estas fechas son una época en la que las religiosas y religiosos tendemos a reunirnos y, aprovechando la ocasión, rezar y formarnos juntos. El otro día, en una ocasión como esta, compartía con unas Hermanas de otra congregación la reflexión en torno a los retos que se nos presentan a los consagrados en el ámbito educativo. Más allá de todo aquello que siempre me aportan estos encuentros con otras Instituciones, me quedo con el modo en que fui presentada.

Lo más habitual es que, cuando me presentan en estas actividades, se acuda al currículum y se informe de lo que he estudiado, los artículos publicados, mis ámbitos de investigación y los lugares en los que enseño. Pero el otro día no fue así. Quien se encargaba de presentarme buscó información más personal sobre mí en este blog y en twitter para, leyendo entre líneas, poner sobre la mesa algunas de mis inquietudes más personales. Me encantó que hablara de mí no tanto por lo que hago o por lo que sé, sino por lo que soy y por lo que deseo vivir, porque esto sí que es lo que realmente importa y lo que me define con mayor verdad.

En la Vida Consagrada en teoría nos sabemos muy bien que no somos lo que hacemos y que nuestra mayor misión es vivir con hondura y verdad la vocación a la que estamos llamadas. Lo sabemos… pero a veces “se nos escapa” creernos que nuestras tareas nos definen. En estos días en los que celebramos a un Dios que se abaja y se encarna, la debilidad de un bebé nos recuerda que lo esencial no está en nuestras capacidades y posibilidades, sino en el amor que nos hace impotentes, vulnerables… y que da sentido a nuestro ser aunque no hagamos nada. Ojalá, adorando al Niño, nos vayamos enterando “por dentro”…