«SEPULTAR LA HIPOCRESÍA, RESUCITAR LA VERDAD»

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(Damián Mª Montes). Hace unas semanas pregunté a algunos chicos de nuestra parroquia qué aspectos de la Iglesia cambiarían. Los temas que surgieron, sin orden, son conocidos por todos y, nos guste más o menos, debemos escucharlos. Hablaron, entre otras cosas, de la relación de la Iglesia con las personas homosexuales, la edad avanzada de los que toman las decisiones finales en las distintas discusiones, el rigorismo y rubricismo litúrgico que aleja en lugar de conectar a los jóvenes con Dios, el papel de la mujer en la Iglesia, la “burocracia” eclesiástica, el lenguaje religioso desconectado de la experiencia, las extravagancias en la vestimenta religiosa, el sacramento de la reconciliación y la fijación excesiva en los aspectos sexuales como pecado, la imagen cerrada y tradicional, la presencia en los medios con declaraciones muy poco afortunadas de algunos líderes religiosos, el uso de los espacios y la gestión de la economía, la falta de creatividad y novedad, demasiada centralidad en los medios de la Iglesia institucional y poca presencia de las comunidades de a pie… Pero lo que más me llamó la atención fue una persona que indicó, como un cambio urgente, la hipocresía. Le pedí que se explicase un poco más y añadió que “la Iglesia, en muchas situaciones, no vive lo que predica” y que este hecho aleja a “muchísimas personas”.

Yo también creo que se trata de una cuestión básica y que necesita un cambio más urgente que los asuntos particulares arriba mencionados, porque muchos de ellos caen por su propio peso desde la lógica hipócrita. A los jóvenes les molesta, y a mí también, que nos fijemos más en la mota del ojo ajeno que en la viga del propio. Ya lo avisó el papa Francisco hablando del testimonio: “El pueblo de Dios no puede perdonar a un sacerdote apegado al dinero o a un sacerdote que maltrata a la gente”.

No podemos hablar de pobreza y solidaridad, o de fidelidad y amor verdadero, o de acogida y diálogo, o de encuentro con el Señor… si no lo vivimos nosotros primero. O, por ejemplo, ¿cómo seguir hablando de la homosexualidad en los términos que solemos escuchar en la Iglesia cuando es un hecho que nuestras comunidades se benefician a diario del talento, la creatividad y la vida de muchas personas con esta condición? En ese caso, la gente tendrá derecho a seguir llamándonos hipócritas. Es urgente que sepultemos la hipocresía y resucitemos a la verdad y la sinceridad si queremos ser testimonio creíble en medio del mundo.