Señor, si eres tú…

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El episodio de Jesús caminando sobre las aguas en medio de la tempestad no es solo una prueba de divinidad del Hijo que tiene poder sobre los elementos de la naturaleza. Es también una prueba de la cabezonería de los discípulos (también nosotros) en la persona de Pedro.

 MLa cabezonería de pedir pruebas, de pedir las cartas de identidad de lo fantástico e indiscutible para creer. Ese «Señor, si eres tú…» de Pedro, de Tomás, de sus verdugos en la cruz… también de cada uno de nosotros. Qué difícil es aceptar la presencia discreta de Dios en nuestras vidas. Tener la mirada de agradecimiento ante el Dios de las cosas pequeñas que cuida de los lirios y de los pájaros sin aspavientos. Ese que no quiere convertir las piedras en pan porque el alimento es necesario, pero también la Palabra que nos sitúa de otra manera ante lo inmediato y urgente. 

A este Dios de las pequeñas cosas hay que descubrirlo en los entresijos de lo cotidiano, en lo cercano casi invisible, en la belleza sutil. Y no exigirle pruebas de magia omnipotente, sino disfrutar de su presencia en la calma y en la tempestad.  

Él sabe que nos encanta caminar sobre las aguas pero que no podemos. 

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