A continuación, Jesús habla de una salvación que tiene dimensiones universales: “vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios” (L,13,29). Los criterios humanos para entrar en el Reino suelen ser los legales. Pero el criterio de Jesús es la gracia y la misericordia, el corazón amante y generoso del Padre. Y en ese corazón cabemos todos, sin excepción.
Hoy, la pregunta por la salvación, además de aplicaciones escatológicas, tiene una aplicación más inmediata. Porque en este mundo nuestro hay claros lugares de “no salvación”. De ahí la cantidad de personas que huyen de países en donde el hambre, la guerra, la miseria, y tantos otros desastres, impiden vivir con un mínimo de normalidad y dignidad. Esas personas buscan en otros lugares de nuestro mundo que ellos consideran, no celestiales ni idílicos, sino más o menos “normales”, un espacio y unas condiciones para poder sencillamente vivir. Y, entre los que tenemos la suerte de estar en estos países más o menos “normales”, surgen voces que plantean la pregunta de si la salvación no es para pocos. Porque, ¿sabe usted?, en Europa y en Estados Unidos ya no cabemos más, ya no hay lugar para tanta gente. Además, esta gente que viene de fuera buscando “salvación”, en realidad no son de fiar. Vienen buscando nuestros subsidios, nuestra medicina gratuita, abusan de lo que les ofrecemos, toman lo que no es suyo, quieren vivir sin trabajar.
Por cierto, pregunten a los funcionarios que se conocen al dedillo los requisitos para acceder a determinadas prestaciones y escucharán este tipo de respuesta: “es falso que los inmigrantes tengan prestaciones distintas o superiores a las de los ciudadanos españoles”. Pero, en boca de unos, decir lo contrario parece que da votos. Y en boca de otros, es un modo de justificar sentimientos poco humanitarios.