SANTÍSIMA TRINIDAD

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2004

No dejes que la especulación impida la contemplación. Goza de lo que se te revela, celebra lo que tu fe confiesa, entra en la intimidad de Dios, quédate allí como hijo, y ama con el amor con que eres amado.
La liturgia eucarística de este día comienza con una bendición: “Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo”. Y al señalar la causa por la que la Iglesia bendice, dices: “Porque ha tenido misericordia de nosotros”.
Es éste un gran misterio. El salmista lo expresó así desde su fe: “¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?”
La pregunta llega impregnada de humildad. No se hace porque hayamos visto a Dios y medido el abismo que nos separa de él; la hacemos desde la pequeñez de nuestro ser, experimentada al contemplar el cielo, “obra de sus dedos”, al admirar la luna y las estrellas, creación de su divino poder.
La respuesta, impregnada de asombro, va desgranando en la conciencia del creyente los artículos de una confesión de fe: “Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos”. Vienen a la memoria las palabras del Génesis: “Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. El creyente intuye una relación profunda entre él y su Dios, relación en la que es esencial la dimensión de pertenencia a la tierra, la finitud de toda criatura, y también la dimensión de pertenencia a Dios, de inefable semejanza con él, una semejanza revelada en palabras que apenas aciertan a evocarla: ‘gloria’, ‘dignidad’, ‘imagen’. Con el salmista confiesas: “Lo coronaste de gloria y dignidad”. Y con la asamblea bendices, diciendo: “Porque ha tenido misericordia de nosotros”.

Acércate ahora a ese misterio evocándolo con palabras del apóstol: “Hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios por medio de Cristo”. Mientras confiesas lo que has recibido, vas repitiendo el estribillo de tu agradecimiento: “Porque es eterna su misericordia”. Nos gloriamos en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios, “porque es eterna su misericordia”. Nos gloriamos en las tribulaciones, “porque es eterna su misericordia”. Y luego el apóstol añade: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Y tú, que lo escuchas, aprendes que la misericordia de Dios te habita: El Espíritu Santo te ha ungido, he venido sobre ti, se ha quedado contigo, ha puesto en ti su casa, eres su templo santo.
El misterio que hoy celebras es de Dios y es tuyo, pues Dios Padre es tu Padre, en Dios Hijo eres hijo de Dios, y el Espíritu que ha sido enviado a tu corazón, y que clama: Abba (Padre), es el Espíritu Santo de Dios. En verdad, para siempre ha de ser tu bendición, pues para siempre es la misericordia que se te ha hecho.
Ya has entrado por la fe en la intimidad de Dios. No dejes sin embargo de entrar también por el signo sacramental. Tu comunión es con el Hijo de Dios. El sacramento te lo dice con su fuerza reveladora: Somos uno con el Hijo de Dios, él en nosotros, nosotros en él, hijos en el Hijo, llevando todos en el corazón el único Espíritu del Hijo de Dios.
Ya sólo me queda pedirte: Quédate allí como hijo, y ama con el amor con que eres amado. Sólo si te quedas, amarás; sólo si te quedas, te darás; sólo si te quedas, serás también de tus hermanos.
Feliz día de la Santísima Trinidad. Feliz memoria de tu vida en Dios. Feliz camino desde Dios a los pobres.